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Luis Davelouis: En el nombre de Dios
“No sé cuántas familias retiraron a sus hijos de los colegios del Sodalicio luego de que este reconociera que las violaciones, abusos y tocamientos a menores no fueron casos aislados”.
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Todo lo que lleva la etiqueta "Dios" tiene –para cada vez menos personas– una especie de sello de garantía que dice "esto es bueno". Aun si, por ejemplo, detrás de la etiqueta están los monstruos del Sodalicio o de sus fundadores, Luis Figari (acusado de violar por lo menos a siete menores) y Germán Doig (conocido y probado pederasta).
No sé cuántas familias retiraron a sus hijos de los colegios del Sodalicio luego de que este reconociera que las violaciones, abusos y tocamientos a menores no fueron casos aislados. Pero lo cierto es que siguen funcionando. ¿Qué tiene que pasar para que las familias reaccionen ante esta verdadera e inminente amenaza sobre la integridad de sus hijos?
La semana pasada, el congresista Carlos Tubino me mandó al infierno luego de acusarme de esparcir odio a través de una columna que con seguridad no entendió. Tubino "alias el Chévere" votó en contra de que el Congreso investigue al Sodalicio porque no es un asunto político y porque –dijo que– lo usarían para atacar a la Iglesia.
La semana pasada también, la monja Kosaka Kumiko se entregó tras ser señalada como cómplice de una banda de violadores de niños sordos en Mendoza, Argentina. Los cabecillas eran los curas Horacio Corbacho y Nicolás Corradi (además de otros dos empleados y un monaguillo), y la monja llevaba a niños para que fueran violados por ellos. Corrado fue acusado del mismo delito en 1984 en Verona, Italia, y fue trasladado a Mendoza por razones parecidas a las de Tubino: no desprestigiar a la Iglesia.
Si no le podemos echar la culpa a Dios de que su iglesia esté llena de gente así, ¿a quién se la echamos? ¿Al Papa, que esconde a Luis Figari?
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