De verdad, les juro que ya no me gustaría hablar más de Petroperú. Estoy aburrido de seguir advirtiendo —por décadas y casi en solitario— del desastre que es esa ominosa empresa, del colosal error de Fujimori de no haberla privatizado (por culpa de su necedad y de sujetos nefastos como el entonces ministro González Izquierdo, ese falso valor que un gran sector de nuestra prensa —ignorante y ociosa para buscar a nuevos opinantes— ha elevado a condición de gurú de la economía), de la locura que era hacer la refinería de Talara, de lo estúpido que es etiquetarla de “estratégica” para mantener viva esa calamidad, de las sinecuras conchudas de su mediocre personal, de sus corruptelas, de lo absurdo que es tener esa sede en San Isidro, de lo inútil que fue construir ese oleoducto, de los disparates de Campodónico y La República, de la necia obsesión que tiene la izquierda con esta empresa pública, del patrioterismo que ciega a nuestro ‘electarado’ frente a algo que daña, etcétera.
Lamentablemente, esta pesadilla eterna y escalofriante que es Petroperú no tiene visos de acabar por más que ahora esté quebrada e insolvente, que sea un zombi parasitario a liquidar. Pero no, esa mediocre colosal que nos “gobierna” la considera “la única empresa estratégica que tiene la patria” (tiemblo siempre cuando escucho a los políticos usar el término “patria” en sus declaraciones, incluso más que cuando apellidan al final a cualquier cosa con “social”) y que hasta asevera, sin mayor criterio, que “la construcción de Talara se ha hecho con los ingresos que Talara y Petroperú proporcionaron” (¿acaso son “recursos” tomar esa deuda descomunal?).
Por lo visto, este Gobierno NO va a optar por los dos únicos caminos cuerdos que existen para extirpar este tumor, que son o dejar quebrar a Petroperú (que es la mejor solución) o privatizarla (aunque creo que es improbable que alguien quiera comprar ese muerto). Entiéndanlo de una puñetera vez: Petroperú es un tumor, no una herida sanable.