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Mariana Alegre: Lima
“La otra Lima –la que todos ustedes conocen– pide ayuda a gritos para que no le arrebaten sus pocos espacios públicos ni la ahoguen con humo tóxico”.
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Lima guarda papelitos y pedazos de cartón. Los va a reciclar, nos dice cuando le preguntamos. Lima es creativa. A veces mete en una caja distintas piezas de plástico o metal. ¡Es para construir un robot! Lima es compasiva. Cada vez que se cruza con alguien pidiendo ayuda en la calle, para dispuesta a ayudarlo.
Lima tiene confianza en la gente. Propone dar una moneda cada día a las personas pobres para que dejen de ser pobres. Pero no más de una para que alcance para todos. Luego de unos días, nos dice, ya no necesitarán más.
Lima se molesta cuando ve autos mal estacionados. Se indigna cuando descubre que hay quienes pelean por minas y contaminan. Lima llora cuando mira a alguien hacer daño. Como cuando ese niñito del colegio le dice que los hombres son mejores que las mujeres: ¡Eso no es cierto!, le grita. Lima es solidaria. Le da la mano al que cae al piso para levantarse.
Lima es independiente, se prepara su comida sola y no quiere que la ayuden. Lima es protectora y nunca se olvida de los demás: su hermano siempre recibe la sorpresa de cumpleaños que ella le guardó. Lima ama la naturaleza, le gusta correr en el parque, subir a los árboles y acariciar a todos los perros y gatos con los que se cruza. Lima acepta no usar cañitas –aunque le encantan– porque sabe que ensucian, y no entiende por qué hay gente que bota la basura a la calle. Lima es tímida cuando conoce a alguien por primera vez, pero luego de entrar en confianza está dispuesta a aprender de esa persona. Lima es resiliente.
Mientras tanto, la otra Lima –la que todos ustedes conocen– pide ayuda a gritos para que no le arrebaten sus pocos espacios públicos ni la ahoguen con humo tóxico. Lima observa cómo destruyen –uno a uno– sus monumentos y las casonas que le dan carácter. Lima se queda inmóvil cuando le imponen obras que no le sirven y cuando, por la lucha de poder, se la arranchan de las manos. Nadie le pregunta qué quiere ni qué siente. Parece no importarles.
La primera Lima tiene seis años y su vida se le presenta llena de oportunidades que va a asumir con alegría, curiosidad y entusiasmo. Ella sabe que puede hacerlo todo y que puede cambiar el mundo para mejor. La otra Lima es más vieja y parece demasiado cansada; cumple 482 años, pero aún no sabe cómo hacerse respetar. ¡Qué bien le haría a Lima, la ciudad, aprender de Lima, la niña!
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