Recuerdo muy bien mi primera clase de Macroeconomía, hace ya más de 40 años. En dicha clase, un joven profesor, Javier Iguiñiz, escribió en la pizarra “ESCASEZ”, así, en letra de imprenta, grande y en mayúsculas, y nos dijo que nunca olvidemos que ese es el concepto central en la ciencia económica. También nos dijo que como futuros economistas sería imperdonable que escribamos mal esa palabra tan importante para la profesión. En realidad, toda la economía gira en torno a la asignación de recursos escasos a fines múltiples; de hecho, esta última frase está en cualquier definición de la ciencia económica que uno prefiera utilizar. En el fondo, todo en la ciencia económica puede verse como un problema de optimización, que puede tratarse intuitivamente o complicarse todo lo que uno desee, conforme nos acompañen las herramientas matemáticas o estadísticas.
A inicios de los ochenta, los estudiantes dependíamos principalmente de libros físicos, bibliotecas y de nuestros apuntes de clase. Algunos tomaban apuntes de clase tan buenos que luego eran compartidos en fotocopias por varias promociones. No estaba permitido usar calculadoras porque era una herramienta que no estaba al alcance de todos los estudiantes. No teníamos Internet, ni bases de datos en línea, ni computadoras personales, ni teléfonos inteligentes, y la inteligencia artificial era un sueño de ciencia ficción. La información estaba limitada a lo que podíamos encontrar en las bibliotecas y a lo que los profesores nos proporcionaban. Había que leer dentro de la biblioteca y debíamos reservar con anticipación los libros más demandados. Los recursos escasos eran, pues, los docentes, los espacios físicos, los tiempos y la información.
Las cosas han cambiado mucho: hoy podemos acceder a clases en línea de los mejores docentes del mundo, desde donde mejor nos parezca y a nuestros propios tiempos. Hoy el espacio físico es irrelevante y toda clase de información está disponible con un par de clics. El problema ya no es la falta, sino el exceso de información. El recurso que sigue siendo escaso es nuestra capacidad de atención. La competencia es hoy en día por la asignación de nuestro ancho de banda cognitivo. Nuestras microdecisiones de atención son transacciones en un mercado más amplio. Por esta razón, las redes sociales no son gratuitas: las pagamos con nuestro ancho de banda cognitivo, con nuestra atención.
La economía de la atención, originalmente desarrollada por Herbert Simon, trata específicamente sobre esta asignación de ancho de banda cognitivo, necesariamente limitado, a las avalanchas de información que recibimos. Una mala asignación de ese ancho de banda puede subir el precio que individualmente pagamos por las redes sociales que consumimos si es que pagamos, comprometiendo nuestro crecimiento personal o profesional, o perjudicando incluso nuestras relaciones personales. No tiene ningún sentido pagar poniendo en riesgo, sin darnos cuenta, lo que realmente es importante para cada uno de nosotros. Nuestra atención como recurso escaso define un problema económico de la mayor importancia, especialmente en escenarios tan complejos como los que estamos viviendo.