Jember Hernández puso a cantar y saltar a decenas de niños que olvidaron, por momentos, que sus casas estaban derrumbadas. Mientras los rescatistas buscaban vidas, él, con la alegría que despiertan los payasos, sepultaba angustias. Se llamaba ‘Tripita’ (Pisco, terremoto 2007). Cuando el desborde del río alcanzaba segundos pisos, salió con su tabla de surf y un unicornio inflable para salvar gente aislada. No se supo quién era, en los memes le pusieron ‘Miguel Grau’ (Piura, El Niño 2017). Siempre hay historias de valor cuando ya no se puede más. Una mujer era arrastrada por un huaico, un contenedor taponeó los bajos de un puente y le restó velocidad, lo suficiente para que Evangelina Chamorro emergiera llena de barro, como se nace en los mitos (Punta Hermosa, El Niño 2017). Taumaturgo Romero, de seis años, jugaba fútbol cuando empezó el terremoto. Vio que una tromba de hielo y rocas bajaba desde el Huascarán. Su pueblo quedaría sepultado. Corrió hasta que también fue arrastrado, pero la corriente lo varó en un recodo. Un campesino lo rescató de las aguas a la mañana siguiente (Yungay, aluvión 1970).
Cuando ocurren los desastres; cuando el Estado aún no llega con campamentos temporales, hospitales de campaña, víveres ni agua; cuando ves que los pueblos están destrozados o inundados, las carreteras cortadas, los puentes caídos; cuando te sientes desconcertado, con dolor, con miedo; cuando la desgracia se ha llevado hasta la vida; cuando buscas ausencias que no encuentras porque estamos llenos de muertos; cuando las esperanzas se apagan, la gente se organiza. Aparecen los voluntarios, que dejan comodidades a salvo para doblarse las espaldas y llenarse las manos de ampollas removiendo escombros, porque ese el precio que hay que pagar para recuperarnos. Al día siguiente, desde lugares vecinos, se arman caravanas que sortean derrumbes, llevando lo que haga falta. En los hospitales se forman filas de donantes de sangre, en los colegios los alumnos organizan las ayudas, desde las empresas envían maquinaria pesada, y en las colectas cada uno pone de la suya. Parecía un mundo egoísta, pero tan pronto llega la desgracia, se la combate con una epopeya de solidaridad; compartir se convierte en un imperativo moral para que la esperanza vuelva.
Ahora mismo estamos llenos de desgracias: mala educación, pésima salud, competitividad menguante, informalidad creciente, criminalidad amenazante y Estado ausente. No necesita explicaciones, lo sabe de sobra. En los 200 años de República hemos tenido tiempos malos, pero todos por guerras o crisis mundiales fuera de nuestro control. La paradoja es que ahora hay condiciones inmejorables para estar más que bien: lo que vendemos está a buen precio (oro, cobre, fruta fresca, harina de pescado) y somos el engreído de la región para China, la economía más dinámica. Nos va mal por la crisis política, esto es, por culpa exclusivamente nuestra (Elmer Cuba, CADE 2024). Como vienen las elecciones 2026, será peor todavía. Por eso no se entiende que para la gran mayoría de los ejecutivos su responsabilidad se limita a la gestión empresarial, a invertir y generar empleo (Conclusión 3 en CADE 2024). Deslumbrados por la economía, no hemos puesto en valor la política. Creemos que la minería se debe a los precios internacionales y a la inversión privada; pero también se debe a los convenios de estabilidad y al sometimiento del Estado a las cortes internacionales de arbitraje, y eso es política. Creemos que la agroexportación se debe a la visión de los pioneros, pero también a la inversión pública en canales de irrigación, tratados de libre comercio, tratados para protección de patentes y a la eliminación de plagas; y eso es política. Hasta nuestra joya del BCR y el liderazgo de Julio Velarde creemos que es por la calidad y mérito de sus integrantes, pero también se debe al respeto por su autonomía, elevada a rango constitucional, y eso también es política. Como en los terremotos e inundaciones, ante un Estado ausente, para que regrese la prosperidad de los negocios, para recuperar la esperanza, hay que hacernos cargo de las políticas públicas, como lo hacen los voluntarios, con entrega generosa. No es la economía, es la política, amigo CEO.