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La política está llena de hipocresía e ironía –sobre todo la peruana–. Políticos de izquierda y derecha predican un discurso, mientras que sus acciones realizan lo opuesto a lo que pregonan. El último suceso que lo demuestra es la alianza entre Verónika Mendoza y Vladimir Cerrón.
Mendoza, desde su incursión en la política, ha sido crítica a la violación de DD.HH., la corrupción y el autoritarismo del fujimorismo. Sin embargo, parece ser que aquellas posturas son solo para sus adversarios, puesto que no dudó en aliarse con Cerrón, quien se ha manifestado abiertamente a favor de Maduro e incluso viajó a Venezuela pagado por el dictador asesino.
Asimismo, este señor ha sido condenado por el Quinto Juzgado Anticorrupción del Poder Judicial en Junín y ha sido acusado de machista y homófobo.
Entonces, al haber sellado la alianza, a pesar de la postura contraria de muchos de sus partidarios y simpatizantes, demuestra que Nuevo Perú era solo un proyecto –porque no tenían inscripción– caudillista más al que no lo cohesionaban ideas, sino intereses. Y el interés de Mendoza era tener un partido disponible para usarlo de vehículo para las elecciones congresales 2020 y generales 2021.
Asimismo, es positivo que se descubra cuáles son los verdaderos principios y convicciones de Mendoza, porque parece que, para ella, la democracia es subjetiva al gobernante de turno, los DD.HH. solo son de quienes la apoyan y la lucha contra la corrupción se aplica para sus adversarios, no para sus aliados. Al final, la cara joven de la izquierda resultó ser un discurso bonito que oculta antiguas ideas autoritarias y discriminatorias.
Así como la caída del fujimorismo debería servir para el surgimiento de una derecha liberal, la izquierda debería modernizarse y depurar a sus integrantes autoritarios y renovar sus ideas obsoletas.
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