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Mijael Garrido Lecca: A mi tía Maritza

Ojalá que te encuentres con tus camaradas envejecidos y que vean en cada cana y en cada arruga que los pinte una risa muerta, una bomba, un perro y un poste.

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Hemos tenido la suerte de no conocernos. Prima segunda de mi padre, nunca tan familia como el apellido condena. Yo tenía tres años cuando encontraron en tu casa al gorgojo asesino al que escondiste en los últimos movimientos de su danza esquizofrénica. Hay, sin embargo, algunas cosas que quiero decirte ahora que serás libre y que algunos han decidido recibirte en un puerto especial –condescendiente–. Por tu privilegio: por blanca. Por pituca, tía.
Tenemos un problema de sangre. Y nada tiene que ver el tatarabuelo Teodoro; es sangre literalmente: tenías mi edad cuando te enrolaste en la horda que empujó al Perú al machete, al dar la vida por el partido, al puño en alto, al coche bomba, al patria o muerte. Pero fue solo eso: muerte. La misma democracia que quisiste aniquilar te ha hecho libre, con sus leyes y sus burócratas; muy bien. Que tu libertad sea ahora tu perpetua condena.
Que pronto camines por las calles y veas que esa ciudad que te llevaste contigo al encierro ha muerto, como tu juventud. No hubo revolución, ni dictadura del proletariado. Esa pobreza que tus inquilinos secuestraron para inventar una guerra fratricida todavía golpea a nuestro país. Hay miseria, dolor, cadáver y náusea; pero también optimismo y democracia. Hay libertad, y esa es una fuerza más poderosa que cualquier fusil. Tu guerra nunca fue la paz del futuro, tía.
Ojalá que visites cada rincón del Perú y veas cómo se doblaron tus leyes de la Historia. Ojalá que te encuentres con tus camaradas envejecidos y que vean en cada cana y en cada arruga que los pinte una risa muerta, una bomba, un perro y un poste. Ojalá que veas a esos izquierdistas viejos que, miraflorinos, te repitieron que fusil, que granada, que la lucha era armada. Pero que los veas en un Starbucks, haciendo patria todavía. Ellos son, ahí están.
Vive por siempre en el fracaso de tu utopía. Crúzate con viudas y con huérfanos, que se esconden, pero viven. Escucha siempre los gritos y los llantos de los que eres responsable. Sé libre entre las tumbas y los senderos de Lucanamarca y allí baila –en silencio– una fúnebre con los fantasmas de los niños que tu sueño hizo morir. Pero, sobre todo, encuentra derrota en cada mirada: la libertad –ahora tuya– es nuestra victoria. La de la democracia, la de la razón y la de la paz.
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