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Nace el pisco, nace la vida
Fuimos testigos de la vendimia y la destilación de dos de nuestros mejores piscos: Don Amadeo (Cañete) e Inquebrantable (Ica). Sin duda, vimos nacer la vida.
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Hay que ver cómo nace el pisco para quererlo más. Hay que ser testigos de cómo sus hacedores dejan sueño y familia en busca de la perfección. Hay que sorprenderse con el trabajo de alquimista que se necesita para transformar la sangre de Cristo en plata líquida. Hay que ver cómo nace el pisco para beberlo y respetarlo cada día más.
Y nosotros lo queremos más porque acabamos de vivir las vendimias y destilaciones de dos piscazos: Don Amadeo (Quilmaná, Cañete) e Inquebrantable (Ica).
Los producen dos personas disímiles en casi todo, menos en su pasión por el pisco: Alberto Di Laura y José 'Pepe' Moquillaza. Hay que ver el cariño y la delicadeza con que trabajan para comprender la excelencia de sus productos.
'Pepe' no tiene hacienda, pero le compra las uvas a don José Ochoa, quien posee un viñedo de 60 años que da una quebranta tan dulce y franca que asegura un pisco notable.
Alberto se ha convertido en un ermitaño del pisco. Por su amor a la tierra y a esta joya que se bebe, ha dejado familia y, solitario pero feliz, se dedica a elaborar el pisco más aromático y delicado. Hay que verlo en su alambique catando el pisco recién destilado: tanto cariño solo existe en una madre hacia sus hijos.
Y, sin duda, eso representan Don Amadeo e Inquebrantable para Alberto y 'Pepe', dos hijos que, como nacieron y fueron formados con cariño y pasión, de maduros serán perfectos. Porque esta es la única diferencia entre el pisco y la vida: el primero puede ser perfecto; la segunda, ni con pisco.
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