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Napoleón: Épica y sobria
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Abarcar la sorpresiva aparición de Napoleón Bonaparte, sus grandes conquistas, su ascenso al poder absoluto de la Francia posrevolución, su apasionado romance con Josefina y su abrupta caída y exilio, todo en una sola película de tiempo limitado, parece ser el principal obstáculo que el curtido Ridley Scott intenta sortear en su más reciente largometraje: Napoleón, ya en cines.
La cinta del reconocido director de Alien, Blade Runner y Gladiador, nos trae al afamado personaje desde un punto de vista historiográfico, de manera cronológica, y haciendo énfasis en las batallas que lo llevaron a autocoronarse como emperador.
Sin embargo, la película, a pesar de sus dos horas y media, parece correr a grandes pasos, lo que genera algo de desconcierto en el espectador, principalmente por la presentación casi fugaz de varios personajes históricos sin darles algo de tiempo para desarrollarlos, y solo limitarse a un texto con su nombre. El director asume que los conocemos a todos, y deberíamos, teniendo en cuenta la importancia para la historia universal que tuvo el ascenso y caída de este emperador. El acierto fue distribuir la película de manera cronológica, desde la decapitación de María Antonieta, pasando por la caída de Maximilien Robespierre y el fin del “Terror”, hasta sus principales batallas, mostradas con toda su espectacularidad y absurdez propia de la época.
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El actor Joaquin Phoenix presenta a un Napoleón quizá más distante de la imagen de divo egocéntrico que muchos tienen en mente al escuchar sobre este personaje, pero sin perder su evidente obsesión por sobresalir hasta convertirse en el emperador de Francia. Phoenix muestra una evolución en la personalidad de Napoleón, valiéndose exclusivamente del lenguaje corporal más que con pretenciosos diálogos. Sin embargo, la relación apasionada con su Josefina es el aspecto que se roba todas las escenas, gracias a la gran actuación de Vanessa Kirby.
La película tiene una fotografía espectacular, cuidando hasta el más mínimo detalle en cuanto a locaciones y vestuarios. Por poner un ejemplo, la escena de la autocoronación de Bonaparte es sublime, como si el mismísimo cuadro de Jacques-Louis David hubiera cobrado vida.
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Definitivamente, no es la mejor película de Ridley Scott, pero su experiencia para mostrar personajes y hechos históricos es evidente. Su manejo de las escenas épicas es notable, y resaltar las correspondencias entre Napoleón y Josefina le dan un ritmo importante a la trama, mostrando a la par al hombre apasionado y al conquistador.
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