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El Congreso pasado trabajó la reforma política tan a la ligera que entre los desatinos que nos dejó estuvo la eliminación del voto de los peruanos que viven en el extranjero. Por una mala redacción de un texto impulsado por Rosa Bartra –muy diligente en otros encargos en clave pandillera–, los cerca de un millón de peruanos fuera del país y aptos para votar se quedaron sin congresistas que los representen.
Desde 1980, los peruanos en el exterior tenían voto y una semirrepresentación, pero el descuido de un puñado de legisladores y su ejército de asesores los dejó en el aire. Bartra y compañía ni siquiera les dieron la posibilidad de seguir votando por los representantes de Lima, como venían haciendo desde que el Congreso pasó, en 2000, a circunscripciones departamentales.
Este nuevo Congreso, a pesar de sus otros tropiezos, hará bien si corrige la negligencia de la excongresista Bartra y devuelve la representación a los peruanos en el extranjero. Pero debería ir más allá y crear una circunscripción específica para ellos. Que este cambio implique ampliar mínimamente el número de congresistas no debería ser un problema, sino una oportunidad para mostrar lo importante que resulta que la gente sepa directamente quién es su representante, generando mayor cercanía y fiscalización.
Esta rectificación aparece cuando sorpresivamente el Congreso está discutiendo la reforma política, que incluye la paridad y alternancia y la eliminación del voto preferencial, dos evoluciones esperadas. Pero todo será insuficiente si no contempla la reducción radical del tamaño de las circunscripciones electorales actuales. Sin ajustarlas, los efectos perniciosos de los distritos electorales grandes se mantendrán. En Lima, por ejemplo, podría haber 36 distritos electorales, cada uno de los cuales tendría derecho a elegir a un parlamentario y no a 36. Ese es un cambio fundamental.
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