Además de los terribles asesinatos de conductores de transporte público de las últimas semanas, en nuestro país seguimos sufriendo las consecuencias del desgobierno en el que vivimos. Continúan los asaltos en unidades de transporte público, se desprecia a los peatones, atropellan a corredores y se mata a ciclistas. Ninguno de ellos importa.
El Congreso se hace de la vista gorda con la ley que aprobó y que permite que las organizaciones criminales continúen con sus fechorías. No les importa si matan a alguien por robarle una billetera, no les importa si extorsionan un negocio familiar, no les importa si les cobran cupos a familias por acceder a sus propios domicilios. Ninguno de ellos importa.
Se viene trabajando en un nuevo aeropuerto y es una gran noticia que se empaña por la malísima planificación de los accesos temporales. A pesar de las advertencias de activistas chalacos que vienen insistiendo sobre el gran cuello de botella que generará el plan de acceso temporal propuesto por el MTC, ahora anuncian que, hasta que no se termine la obra vial definitiva, no habrá acceso peatonal a esta importante infraestructura. ¿Acaso no se dieron cuenta de que la gente también ingresa al aeropuerto caminando? No, es que no les importa. Ningún peatón importa.
El riesgo de ser atropellado es tan alto que no podemos sentirnos seguros ni de ir caminando a la esquina. Peor cuando, al ocurrir un incidente, quien conduce, en lugar de ayudar, huye. Claro, no les importa. Si no les importa cuando atropellan niños, menos les importará si es un deportista.
No les importa que como ciudadanos tengamos miedo, tengamos hambre, tengamos frío. No les importa que no podamos comprar las medicinas que necesitamos ni que no tengamos con quién dejar a nuestros hijos mientras trabajamos. No les importa que estudiemos en universidades que no valen nada pues permiten que estas estafen a sus alumnos. No les importa hipotecar el futuro de nuestro país. Ninguno de nosotros importa.
Pero, ¿saben qué? Sí somos importantes y sí merecemos servicios públicos de calidad, que respeten nuestros derechos y que dejemos de tener miedo. Tenemos que dejar de ser invisibles y hacer oír nuestra voz, pero también hacer oír nuestros nombres. Empiezo yo presentando a Bruno Luera, hijo del fundador de Haciendo Pueblo —una organización de teatro en Comas—. Bruno llevaba un curso en el Centro Cultural de España sobre ciudad y violencia, y sobre cómo hacer la ciudad más amable. ¡Qué ironía! Pues justamente perdió la vida mientras montaba su bicicleta (con su casco bien ajustado y con sus luces bien prendidas). Fue atropellado por un menor de edad –con antecedentes— que manejaba una moto. El ejemplo perfecto de lo que hoy es nuestro país: se mata a quien quería servir a la ciudad, lo mata un producto del desinterés y del desgobierno. Todos importamos, importas tú y, sobre todo, importa Bruno.