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Un nobel para Nadia
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Enfrentarse al papel –a la pantalla más bien– para expresarse es difícil, más cuando se empieza a trazar una línea de comunicación con el lector, aún desconocido. Una asume el riesgo del encasillamiento precipitado.
Pero vale la pena intentarlo. Estoy contenta con el Premio Nobel concedido a una muchacha de 25 años habitante de una remota población iraquí que vivió el horror de la barbarie yihadista. Tras varios días de sufrir un asedio interminable, no solo fue testigo del extermino de su familia y del asesinato de los adultos de su entorno, sino que acabó convertida en esclava sexual.
Quiso el destino que Nadia Murad, sometida a las más horribles vejaciones sexuales, pudiera huir de sus captores y conmocionar al mundo con su relato para convertirse en Premio Nobel de la Paz 2018. Galardón que comparte con el Dr. Mukwege, quien, como ella, denuncia los efectos de la violencia sexual en las mujeres. El médico cura lo que carece de remedio. Porque las secuelas psíquicas de ese espanto dudo que se puedan vencer. Uno cura y lanza su denuncia al mundo entero. La otra convierte su experiencia en el grito que estremece al mundo con su valor. Para que hagamos algo y no nos quedemos de brazos cruzados.
Sobre todo para no olvidar que el problema es el uso de la violencia contra las mujeres como medio para lograr pírricas victorias. Sea en el campo de batalla o en el hogar. Pude ser testigo, por mi profesión, de las secuelas que causa en países como Colombia o Bosnia Herzegovina. Cómo esa violencia, aparentemente “menor”, daña el corazón de los hogares que muchos creen normales. No lo son. Cuestión de todos, hombres y mujeres, es poner fin a esta lacra. Se lo debemos a todas las Nadia en el mundo.
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