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Nuestra piel sabe de crisis
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El término toque de queda ha regresado a mí después de 34 años. La palabra crisis se ha vuelto cotidiana. Decir emergencia era algo que había olvidado. Al conjugar toque de queda, crisis y emergencia, salta en mí una historia también incierta y que parecía no tener desenlace; aquel nudo narrativo que fue el Perú de las crisis de mi niñez. También he escuchado la palabra desabastecimiento pero, como verán, lo de hoy dista mucho con lo de ayer.
Hoy es el coronavirus, pero hemos enfrentado ya otros enemigos mortales como la hiperinflación, el terrorismo y el cólera. Es verdad que este enemigo no se ve, la cuarentena es incierta y la escala de esta emergencia es global. Pero los que tenemos más de 40, sabemos bien lo que es no tener para comer, que una bomba nos reviente en cualquier parte, que la ciudad se vea como después de una guerra, que el agua del caño venga con caca. Los peruanos sabemos lo que es crisis con los cuatro jinetes incluidos.
Crecí viendo muertos despedazados en la televisión, edificios en ruinas, dinero devaluado de un día para otro, góndolas vacías en los supermercados, paros armados donde bus que salía lo hacían detonar, la vida sin privilegios, la vida a salto de mata. Hubo un tiempo en que tampoco se salía de casa, por miedo al coche bomba que había reventado. Hubo un tiempo en que, reconociéndonos apenas con un par de velas, no se sabía cómo iba a ser mañana.
Los peruanos llevamos en la piel la fortaleza para salir de las crisis. De las crisis supimos salir unidos. Las guerras que llevamos en la memoria nos dan una cierta ventaja frente a este nuevo enemigo. Antes se salía a ver si conseguías para comer, hoy se sale a comprar porque hay una industria que no ha parado. Hubo un tiempo en que la pesadilla parecía eterna, pero pudimos despertar. Despertaremos.
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