Recomiendo leer la última columna de Iván Arenas en El Montonero, la mejor que he leído en lo que va del año. Se titula “La que se nos viene” y es muy lúcida, es un estupendo “Bienvenido a la realidad” para mucha gente en Lima. Allí se explica muy bien cómo Castillo sintonizó con ese mundo informal e ilegal de provincias, que maneja buen dinero, es conservador en valores (pero vota rojo) y detesta a la malvada Lima o el establishment.
Como bien apunta Arenas, Verónika Mendoza hablaba del aborto mientras que Castillo soltaba eso de “No más pobres en un país rico”. Estos ilegales e informales no son pobres materialmente, pero no piensan como burgueses, porque muchos valores burgueses (honradez en lugar de la pendejada, honor a la palabra en lugar del “atrasar” al prójimo, puntualidad en lugar del desorden horario, preocupación por los hijos en lugar de regar más prole por el mundo o irse de putas, abstemios en lugar de alcohólicos, respeto a la mujer en lugar de tanto machismo, etcétera) le son a menudo ajenos. Pero sí son conservadores y religiosos en valores (por lo menos de boca para afuera) y por eso la caviarada le repugna.
No estoy tan seguro de que la dicotomía establishment/antiestablishment sea tan decisiva, pero sí que pesa mucho en el sur y en Cajamarca. El Perú tuvo suerte de que Castillo resultó tan poca cosa, como apunta Arenas. Pero una situación similar se puede dar en las próximas elecciones si el sur vota otra vez por un solo candidato telúrico y radical frente a una derecha atomizada y una Keiko que siempre tiene un 12% que la puede hacer pasar a segunda vuelta. Urge que la derecha vaya unida, como también urge que trate de sintonizar con ese mundo informal e ilegal, tal como el viejo Fujimori sintonizó alguna vez. Allí si va a pesar mucho el argumento de la mano dura, porque hasta los informales de provincias están hartos del crimen violento (porque estos conchudos practican el no violento: evasión tributaria, contrabando, piratería, estafa, etcétera).