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Arturo Maldonado: El terror que no se disipa
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Hace cuatro días, tres policías fueron abatidos en una emboscada terrorista en Huancavelica. A finales de mayo de este año, un hecho similar cobró la vida de dos efectivos en la zona del Vraem, en Ayacucho. Estos hechos, aunque esporádicos, reavivan el temor a un potencial resurgimiento del terrorismo en nuestro país.
La opinión pública revive el recuerdo del terror y le da permanente actualidad. Por ejemplo, aunque el terrorismo ya no es uno de los principales problemas del país, como lo fue en la década de los ochenta, la preocupación no ha desaparecido. El terrorismo fue visto como el principal problema del país por un 8% de ciudadanos en abril de 2016, según una encuesta de GfK. Este porcentaje disminuyó en febrero de 2017 a 3%, según la misma encuestadora.
Contrario a la imagen de falta de memoria de los peruanos, en una encuesta de Ipsos de 2012, el 83% de peruanos pudo nombrar correctamente al fundador de Sendero Luminoso y el 62% pudo identificar el departamento donde el terrorismo emergió en 1981.
Los ocasionales ataques armados de remanentes de Sendero Luminoso asociados al narcotráfico y, ahora, la infiltración de elementos senderistas en el magisterio crean una permanente sensación de vulnerabilidad. De tal forma que, de manera comparada, según datos del Barómetro de las Américas, Perú es uno de los países donde el miedo a ataques terroristas está entre los más altos en América Latina.
Lo paradójico (y esta es una hipótesis de trabajo) es que este miedo parece más acentuado en aquellas zonas donde la violencia no fue tan marcada en número de víctimas. Quizá es por eso que la reacción visceral ante la pasada liberación de Lori Berenson y la próxima de Maritza Garrido Lecca sea más acentuada en Miraflores que la susceptibilidad que generó la liberación de Nancy Gilvonio o la futura de Martha Huatay en Huamanga.
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