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Cooperación pelotera
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Un sentido común afirma que la llave del éxito que nos lleva a Rusia 2018 es que ahora tenemos un equipo, que el grupo humano es más que las 11 individualidades que se paran en el verde. En comparación con experiencias pasadas, en las que se veía individualismo en la cancha, ahora se veía un grupo que cooperaba con los demás en pos del objetivo. De los fantásticos pasamos a los obreros que construyeron ese edificio de sueños llamado Mundial.
Cooperar en nuestro país no es fácil. El mayor obstáculo es cultural. Existe una mentalidad instaurada que privilegia el yo, el sálvese quien pueda, y el logro individual. Los discursos del emprendedurismo y del neoliberalismo ramplón le han dado sustento por décadas a una estrategia de supervivencia local. La informalidad es parte de esta cultura. La mentalidad empresarial de acumular sin repartir, también.
Cooperar será difícil, pero es muy humano. La cooperación se sustenta en una moralidad, que nace de la capacidad de pensar en un “nosotros” más que en un yo egoísta, lo que nos lleva en muchas ocasiones a ir más allá de nuestra propia conveniencia y actuar altruistamente por un bien ajeno o colectivo.
Cuando miremos a este equipo, no solo hay que ver un monumental éxito futbolístico, sino también un significativo logro cultural. En lo futbolístico, la clasificación es un premio al esfuerzo de los jugadores y la perseverancia del entrenador.
En lo cultural, el logro, menos evidente, fue remar en contra de esa cultura del individualismo a ultranza, que mandaba cuidar las piernas, amarrar la pelota, tratar de ser el fantástico que mete el gol y asegura contrato para dar paso a un equipo que pisa fuerte arriesgando una lesión, que colabora en la marca y en los relevos con el compañero y que coopera, cada quien desde su posición, a la gloria del colectivo. Quizá no sea suficiente, pero es un paso adelante.
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