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Polarización a la peruana
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Una tendencia en la política es que las maquinarias políticas suelen comportarse de manera centrípeta durante elecciones, especialmente en la segunda vuelta, donde buscan la moderación como una forma de cortejo al elector promedio. Una vez decidida la elección, sin embargo, los políticos se dispersan centrífugamente, al parecer buscando a su público core. Este alejamiento del centro polariza la política.
La polarización no es mala per se. Una polarización moderada es la expresión de un pluralismo de opiniones, el cual puede ser beneficioso porque brinda a los ciudadanos un espectro político ordenado. Uno sabe quién está a la izquierda, al centro o a la derecha, quién defiende una posición de mayor o de menor intervención del Estado.
Cuando esto ocurre, generalmente se tiene puntos de encuentro entre una posición y otra. Los más moderados de ambas posiciones se pueden encontrar, y son ellos los llamados a negociar y a proponer una política común.
Los problemas ocurren cuando la política se hiperpolariza. Ya sea porque las mismas opiniones de los ciudadanos se polarizan o porque los voceros más eficientes de ambos bandos son los más estridentes, los puntos de contacto entre los bandos van desapareciendo. Los moderados en ambas posiciones pierden peso al interior de sus facciones. El público, que puede seguir este movimiento a los extremos, hace eco de esta polarización extrema, como si esos fueran los términos de la discusión. Como consecuencia, se desincentiva la moderación y se vuelve difícil la negociación.
Por cada vez que uno vea a un Donayre o a una Foronda como ejemplos de posiciones acerca del conflicto armado interno, por nombrar un tema, entonces sabremos que los moderados van perdiendo peso, que los puntos de encuentro escasean, y que así no se puede hacer política en el Perú.
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