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Summum 2024... el lado 'B'

“La charola para el almuerzo en el local fue generosamente servida para el gringuito (como me decían de cariño)”.

Imagen
Premios Summum
Carlos Galdós menciona restaurantes de barrio de buen sabor, a propósito de la premiación de Summum 2024.
Fecha Actualización

Toda la cháchara de esta semana entre mis amigos ‘foodies’ ha sido en torno a los Premios Summum 2024. Unos, completamente de acuerdo con todos los resultados; otros, poniendo en tela de juicio algunos veredictos, y los menos, como yo, simplemente nos contentamos con, a partir de las ternas ganadoras, hacer nuestra listita de restaurantes adónde ir durante los sucesivos fines de semana del año.

Tengo que admitir que a mí la lista de restaurantes que figuran en dicho magno evento me salva la vida. Ya he agendado y reservado las noches de sábado de aquí hasta septiembre del próximo año. Así me evito grandes broncas con mi esposa y su clásica queja: “Siempre vamos a comer al mismo lugar”.

Es interesante ver cómo, a propósito de dicho reconocimiento, colegas de trabajo, compinches de toda la vida, parejas, amigos de barrio incluyen en sus actividades sociales ir a refrendar a los miembros del jurado o, finalmente, defenestrarlos en caso de que sus papilas gustativas no coincidan con el galardón.

Se hace imposible escapar del comentario “vamos al chifa, pollería o restaurante tal, que ha ganado los Premios Summum”. Tarde o temprano terminarás, de alguna u otra manera, siendo parte de esa fiesta gastronómica. Te tomarás una foto en la puerta del local, la segunda foto será cuchara en mano con el platillo favorito y, si tienes mucha suerte, vendrá una tercera instantánea con el chef, quien gentilmente habrá recorrido las mesas de su local, más hinchado de orgullo que pavo real.

Sin embargo, hay una lista de mesones, fondas, chinganas, huariques, tabernas, huequitos y cantinas que ocupan un lugar de privilegio en mi sibarita experiencia a lo largo de mi vida. Lugares donde, hasta el día de hoy, cada vez que los piso me juego la vida, la gastritis y, espero que nunca, la muerte.

Parajes culinarios que en épocas de turbulencia social y económica me han acogido y, no lo voy a negar, tienen un lugar importante en mi corazón. Algunos siguen vigentes hasta el día de hoy. Otros ya no existen físicamente, mas en mi alma continúan vigentes.

Territorios gourmet incomprendidos por mis hijos que, cada vez que los llevo a comer y acompañarme en mi viaje de sabores, me dicen: “Qué asco, papá, vamos por una hamburguesa”. Yo, sencillamente, me río, pido mi plato consentido y emprendo mi viaje al pasado. Lugares a los que perennemente regreso porque me da pánico olvidarme de dónde vengo y quién también soy.

Con ustedes, queridos lectores, mi lista Summum lado ‘B’… Escondrijos de Mi Vida.

CATEGORÍA POLLERÍAS:  Primer lugar para El Dragón, único pollo a la brasa 7 sabores, y yo le incluiría uno más (el del trapito con que limpian la mesa, que queda impregnado en tus fosas nasales un buen rato). Pollería familiar donde largas colas domingueras se registran en la cuadra uno de la avenida Juan Pardo de Zela, al costado del grifo, en Lince.

Al costado, hay un hostal altamente recomendable, si es que estás bajo de fondos, para una velada romántica. Y, si atinas a hacer tu pedido en la recepción, gentilmente te lo llevan hasta la habitación pos faena amatoria. Hay que destacar que es una de las pocas pollerías que todavía sirven un ave rostizada de buen tamaño y no esos pichones que se te quedan en el diente.

El segundo lugar es para El Burrito, pollo broaster. En el Centro Comercial Risso, rodeado de putas, cafichos, vendedores de drogas y a media cuadra de la Iglesia Jesucristo Sana, Salva, Santifica, usted puede gozar de este manjar que, literalmente, lo matará con su preparación. Por favor, no cometer el desatino de preguntar por la procedencia del aceite. Simplemente, siéntese y disfrute del paisaje, y quién sabe si es su día de suerte y sea protagonista de alguna balacera.

CATEGORÍA ITALIANA: Hubo un tiempo en el que, en la esquina de José Leal 1181 en Lince, servían uno de los mejores fetuchinis gratinados a la parisien. En la barra podías disfrutar deliciosos zucchinis rellenos, y los ravioles en salsa de carne eran un poema. Mi mamá me llevaba cada vez que salía con toda la libreta de notas en azul. Es decir, fui dos veces durante mi vida escolar. Y luego, ya de adulto, repetí el plato por cuenta propia en múltiples oportunidades.

Al día de hoy, de ese templo del tuco solo queda el recuerdo. Entre los grandes enigmas aún por resolver se encuentra el caso de dicho lugar, que simplemente y en cristiano se ha ido yendo a la mierda de a pocos. Q.E.P.D. Pastificio Ligure.

CATEGORÍA SALCHIPAPA: Cerca al cine Ambassador (hoy edificio multifamiliar), que quedaba sobre la calle Pumacahua, al costado de la pajarería Yolanda y unos pasos más allá del emblemático Blue Moon, exactamente a una cuadra, sobre la calle Julio C. Tello, al frente del ex estudio fotográfico Suzart (hoy farmacia), queda aún el templo de las bajonas posdiscoteca: Mi Carcochita.

Especialistas en colesterol y todas las cremas habidas y por haber, sigue siendo mi lugar favorito antes de mi visita anual al cardiólogo.

Desde el año 1985 viene sobreviviendo a Alan 1, Fujimori, Paniagua, Toledo, Alan 2, Humala, Kuczynski, Vizcarra, Merino, Sagasti, Castillo, y ahora a Boluarte. Bien dicen que el colesterol es dificilísimo de eliminar; este carrito rodante no se mueve de su esquina, y así sea por los siglos de los siglos, amén.

CATEGORÍA MEJOR MENÚ: Mi mamá muy dotada para las ollas, los aderezos y los guisos no nació. La vida la llevó por otros caminos y desde que tengo memoria comíamos menú en algún restaurante cerca a la casa. Eso, de lunes a viernes. Los sábados y domingos la cosa cambiaba y, para matizar, nos íbamos a la versión premium de dicha oferta alimenticia: el “menú ejecutivo de Las Begonias, en San Isidro”.

Resulta que en la calle Las Begonias hay una serie de huequitos que hasta el día de hoy ofrecen entrada-sopa, segundo y postre, con pan y refresco en modo tarifa plana. Si eres cliente, podrás pedir refresco de yapa y mondadientes gratis en su respectivo vasito diminuto en medio de la mesa.

Por favor, no pretenda usted que las salsas huancaína y ocopa sean espesas o tengan, al menos, cierta consistencia.  Tal como le dijo el mozo una vez a mi viejita, que se quejó por esa ocopa aguachenta: “Qué más quiere, pues, señora, por ocho soles”.

CATEGORÍA MEJOR COCINERA: Lo siento mucho Cucho La Rosa, Gastón, Virgilio, Micha, James Berckemeyer, José del Castillo, Gastón Du Postre y tooooodos los que habitan ese sitial muy bien ganado a base de su talento. Los reconozco. Pero aquí me gana el corazón, y siempre, por siempre y para siempre esta posición será ocupada por las madres del comedor popular Virgen del Carmen, en el jirón Pezet y Monel, en el Mercado Risso de Lince.

Exactamente, al día siguiente del mensaje a la Nación de Juan Carlos ‘que Dios nos ayude’ Hurtado Miller, la leche, que costaba 120,000 intis, se disparó a 330,000; el pan, de 9,000 a 25,000 intis, y el sueldo de mi vieja, que trabajaba en el IPSS (Instituto Peruano de Seguridad Social), literalmente alcanzaba para cinco panes y dos latas de atún.

Ese “día siguiente” fui acogido por las mamás del comedor popular de mi barrio. Cálidas, organizadas, guerreras, creativas, salerosas; buscando eternamente sacarle la vuelta al sabor fuerte de la harina de pescado, una receta nueva para el trigo perpetuo, cachangas con harina de habas. La charola para el almuerzo en el local y los táperes para la comida de la noche perennemente fueron generosamente servidos para el gringuito (como me decían de cariño).

Hace poco, caminando justo por ahí, pasé con mis hijos y a viva voz un comensal gritó: “¡¡¡Galdós, gringo!!! ¡¡¡Te acuerdas!!!! ¡¡¡Tú has comido acá!!!”… Y cómo me voy a olvidar de esos tres años… “¡¡¡Claro que sí!!!...”. Vinieron los abrazos, las fotos y me sirvieron un bocado del cucharón. Obvio, no dudé en probarlo. Mis hijos con su cara decían “no”. La señito a cargo los entendió y me dijo: “Ellos ya no comen acá”. Yo la miré, sonreí y le dije: “Ellos son privilegiados, no conocen nada”.

“Así es, ps, gringo, para eso has chambeado”. Se me aguaron y ahorita mismo mientras escribo se me vuelven a aguar los ojos por el reconocimiento. Nos abrazamos una vez más, me pidieron saludos hasta para su quinta generación. Mis hijos no paraban de joder con su clásico “ya vámonos, papá”. Los mandé a la mierda un ratito y, colorín colorado, esta página ha acabado.

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