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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Comprensión de lectura”
“Hemos perdido la esencia del Estado. Nada debería ser más urgente que recuperar autoridad y persuasión, prestigio y capacidad de influir”.
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El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo (García Márquez). Entonces aparecieron las palabras. Al principio eran sonidos, luego fueron también unos dibujos, las grafías que llamamos escritura. Pero sonidos y grafías no bastaban. Uno de los mayores avances de la humanidad fue cuando convinimos que, al decir unos sonidos o al dibujar unas grafías, significaran lo mismo para todos en la tribu. A partir de allí, las palabras fueron unidades de conocimiento, que se transmite multiplicado de generación en generación y que explica por qué somos los animales dominantes (Harari). Pero interpretar el sentido de las palabras no es poca cosa. Una misma palabra puede tener varios significados. Por ejemplo: mano es la parte final de las extremidades, en las que un dedo es oponible a los demás; cuando Maradona dijo que el gol lo había metido la mano de Dios, justificaba que fue por voluntad divina; cuando pedimos una mano de pintura, nos referimos a pintar la pared; cuando compramos una mano de plátanos, adquirimos cinco de ellos; y decimos a mano derecha para indicar que algo está de ese lado. Aún más, por el tono en que se dice, negro puede ser un insulto o un cariño. El arte del lenguaje es encontrar el significado de las palabras.
En política, algunas frases de la Constitución nos han puesto a prueba. Se trata de las facultades del Congreso para vacar a un presidente por permanente incapacidad moral y para destituir a altos funcionarios por infracción a la Constitución o por falta grave; y la facultad del presidente de disolver el Congreso si le han negado la confianza dos veces. La historia empieza en 1997, se destituye a magistrados del Tribunal Constitucional por una sentencia que pretendía impedir a Fujimori presentarse a una tercera elección. Poco después, en 2000 se vaca a Fujimori. ¿Para qué si ya había renunciado? Luego, en 2018 Kuczynski renuncia antes de que lo vaquen por haber indultado a Fujimori; lo sustituye Vizcarra, quien en 2019 disolvió al Congreso por una denegatoria fáctica de confianza, por no aprobar unas leyes que regulaban el proceso para elegir a los magistrados del Tribunal Constitucional, en una bronca contra el Congreso por ver quién controlaba a ese tribunal; al final, Vizcarra es vacado en 2020 por denuncias de sobornos mientras fue presidente regional de Moquegua. En todos estos casos la intención fue política. Quizá la excepción fue la destitución en 2018 del Consejo Nacional de la Magistratura, por unos audios se supo que estaban coludidos con la mafia de los Cuellos Blancos. Un referéndum lo sustituye por la Junta Nacional de Justicia, que, por estos días de 2023, corre el mismo riesgo de ser destituida, sin razón alguna, para seguir con la tradición.
Para la reflexión, un dato teórico. El poder se construye con fuerza, persuasión y autoridad. En las democracias modernas, la fuerza es la Policía, que obliga a realizar unas conductas; la persuasión es el liderazgo político, que influye en la realización voluntaria de las conductas; y la autoridad la pone la legitimidad de los funcionarios, cuyas órdenes se cumplen por el prestigio que tienen (Vallés). En los casos comentados vemos que se sacrificó el deber de interpretar la Constitución por el interés mezquino de vencer al adversario. Con esa actitud, todos los grupos políticos dinamitaron la autoridad y perdieron el prestigio político que alguna vez tuvieron. Al Estado solo le queda la fuerza. Por eso, para protestar contra el Estado tampoco se requiere autoridad ni persuasión, basta la fuerza. La consecuencia: cada vez hay más enfrentamientos violentos contra la Policía, financiados por una economía criminal, que para prosperar necesita que el Estado siga sin autoridad ni persuasión. Si en economía andamos mal, en política estamos peor. Hemos perdido la esencia del Estado. Nada debería ser más urgente que recuperar autoridad y persuasión, prestigio y capacidad influir. Para eso se requiere compromiso, la fuerza pura no sirve.
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