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[OPINIÓN] César Luna Victoria: De hinchar pelotas a conciliar soluciones
“El problema no es si los candidatos son más de lo mismo ni si se presentan caras o propuestas nuevas”.
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Prudencio Reyes era un talabartero en el Montevideo de 1900, de esos que fabricaban correas y pelotas de fútbol. Las pelotas han existido desde siempre. Los chinos las hacían de cuero relleno de crines de caballo, los egipcios de papiro y los mayas de caucho. La abuela de la pelota moderna fueron retazos de cuero cosidos como esfera, que dentro llevaban una vejiga de cerdo inflada. Hacia 1855, Charles Goodyear, el mismo de las llantas, vulcanizó caucho e hizo un globo para sustituir la vejiga, que también había que inflar. El trabajo de Reyes era ese, inflar pelotas, o hincharlas, como dicen los uruguayos. Hasta ese entonces, el fútbol era un deporte sin mucha bulla, como el tenis o el ajedrez. Pero Reyes era un apasionado. Se burlaba del equipo contrario, se quejaba de los árbitros y alentaba a los suyos. ¿Quién era ese gritón?, preguntaban. Es el hincha pelotas, o solo el hincha. Reyes fue el primer hincha del mundo. Por él, a todo fanático se le llama hincha, y a la fanaticada se le llama hinchada.
Los negocios también han existido casi desde siempre. En el paleolítico solo había tiempo para cazar o recolectar. Ya en el neolítico domesticamos plantas (agricultura) y animales (ganadería), y la comida empezó a sobrar. No pasar hambre permitió que una parte de la tribu se dedicara a hacer otras cosas, como la cerámica, y empezamos a generar excedentes para comercializar en trueque a falta de moneda. El comercio no pretendía ganarle al otro, o quitarle lo suyo, para eso estaban las guerras. Si el comercio tuvo éxito, fue por estas reglas básicas: yo tengo algo que tú necesitas, tú tienes algo que yo necesito y estoy dispuesto a pagar por lo que tienes más de lo que vale para ti. No era asunto de regatear precios, sino de permutar intereses. Saber qué quiero yo, qué quieres tú, conciliar y contratar. El desarrollo de la humanidad se explica por esa habilidad para pactar.
La democracia apareció después. Atenas la desarrolló en el siglo VI a.C. Al inicio se pareció más a los negocios: la buena política eran los buenos pactos. Pero más recientemente, la política ha pasado a ser como el fútbol, las religiones o las ideologías: no permiten puntos intermedios. Solo valen mis pasiones. Claro que siempre hay apóstoles que tratan de convencer por las buenas para que nos pasemos a su lado, pero, por lo general, aparecen los inquisidores dispuestos a quemar en la hoguera a los herejes que no pensamos igual. Pasa en todo el mundo, no solo en las dictaduras más extremas de otras culturas, como la rusa, la china, la norcoreana o la iraní y sus ayatolas. Viene pasando hace tiempo en Cuba y no hace mucho en Nicaragua y Venezuela. Pasó hace poco en la USA de Donald Trump y, ahora, varias de las democracias latinoamericanas siguen ese rumbo.
Así que nosotros somos un etcétera en esa lista de deterioros. Pero no consuela. Algo nuevo, la Comisión de Constitución del Congreso ha activado el mecanismo para que se vayan todos y para elecciones generales en 2023. No sé si habrá votos para que prospere. Pero si los hubiera, tampoco es solución. Porque, para votar de nuevo, ¿por quién votar? El problema no es si los candidatos son más de lo mismo ni si se presentan caras o propuestas nuevas. El problema principal es que hemos perdido la capacidad de entender los intereses de los otros, de debatir con transparencia cómo podemos conciliarlos, de negociar con honestidad puntos intermedios, de pactar con responsabilidad y de respetar ese compromiso. Eso es hacer política y para recuperar esa habilidad no hacen falta ni vacancias ni elecciones. Basta con quererlo y se puede practicar desde hoy mismo.
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