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[Opinión] César Luna Victoria: “De peste en peste”
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Hace 20 años que los japoneses usan mascarillas. Parecía una extravagancia, pero era la herencia de epidemias respiratorias de principios de siglo causadas por parientes del COVID-19. Así que cuando esta pandemia brotó en China, hace tan solo tres años, asumimos que, como había ocurrido antes, no llegaría por aquí. Error, a los dos meses nos encerraron. Sirvió poco, morimos por montones. El mundo cambió, como lo hizo con las dos grandes epidemias de la historia. La más conocida es la peste negra en la Edad Media, a finales del siglo XIV. Se le llamó así por las hemorragias cutáneas y las gangrenas que daban un tono negruzco a las víctimas. Probablemente la peste se originó, para variar, en China y viajó a Europa en las caravanas de los mercaderes de la Ruta de la Seda. Dicen que mató entre el 30% y el 60% de la población europea. La segunda ocurrió en América, durante la Conquista. Los españoles trajeron viruela, sarampión y gripe que mataron entre el 50% y el 80% de la población originaria, que no era inmune. Por estos valles, durante el Tahuantisuyo, fuimos como cinco millones. Sobrevivió apenas un millón. El Perú tardaría 300 años en recuperar esa población, hacia mediados del siglo XIX.
Las epidemias producen escasez de mano de obra y, como es el activo más importante, transforma la economía. En la Europa pos peste negra, la escasez hizo que los patrones tuvieran que pagar más a campesinos y trabajadores. Hubo transferencia de riqueza que, con el tiempo, generó burguesía, banca y capitalismo. La medicina se hizo menos religiosa y más científica. Para evitar otras epidemias, las ciudades tuvieron más poder para controlar salud y comercio. Vendrían luego el Renacimiento, la revolución protestante y el encuentro con América. En la América conquistada, en cambio, el modelo era captar excedentes mediante tributos. Pero como había pocos a quien cobrar, se les agregó trabajo forzado. De contribuyentes a casi esclavos. El Estado más que un administrador de territorio fue un garante del suministro de mano de obra. Por eso concentró a las gentes en las comunidades campesinas, que no son una nostalgia inca sino un invento colonial. Mezcladas política y economía, prosperó la corrupción. De ahí nos viene. Luego nos limitamos a la minería, no porque la tuviésemos en abundancia, sino porque era lo único de valor que se podía generar con poca mano de obra. Fuimos integrados al mundo como básicos exportadores de materias primas.
¿A dónde iremos a parar pos-COVID-19? Un dato para empezar: esta vez no ha habido hecatombe demográfica porque, a pesar de tanta muerte, no se llegó al 1% del total. Sin embargo, se han acelerado dos procesos negativos en Perú: hay más pobres (de 20% a 30%) y más gente trabajando de informales (80%). Todo porque la economía se recesó más por la cuarentena. Lo previsible: en la maratón de los países, cada vez estaremos más lejos del desarrollo. La política no está mejor. La incapacidad del Estado, que venía de antes pero que fue evidente durante la pandemia, incrementó frustraciones acumuladas. Si uno patalea cuando se frustra, pues a las sociedades les pasa igual. Su berrinche son las protestas violentas de ahora. No hay que inventar mucho. Inversión para que la economía se reactive y más democracia de la buena. Beneficios para todos, pero también responsabilidades para todos. Intelectualmente es muy simple, pero ya sabemos que hacerla realidad es muy muy difícil. Pero es lo que toca, no hay otra. La historia nos recordará por haber sido generosos en el sacrificio de lograrlo o nos olvidará por haber sido mezquinos por conservar comodidades.
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