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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “No es tiempo de apagar la luz”
“El paradigma de la democracia está en revisión, pero no ha sido sustituido; sigue siendo verdad que, pese a todo, no hay nada mejor”.
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Mi primer miedo fue por la muerte de la mamá de Bambi. En la película solo se oye un disparo en off. El papá ciervo le dice que su madre no podrá venir más, que los hombres se la han llevado. Poco después me angustié al saber que Papá Noel no existía. Así, aprendí que lo que amas se puede ir de pronto, que la verdad puede doler y que lo cierto puede ser mentira. He sobrevivido, como todos, entre alegrías y pesares, acumulando prejuicios. El prejuicio es un valor tomado al paso, una idea preconcebida sin el rigor del conocimiento o una sentencia dictada sin pruebas ni defensa. Tiene mala fama porque los prejuicios llevan a discriminar por raza, sexo o religión. Pero, dejando este lado despreciable, los prejuicios son útiles porque, aunque sean falsos, los creemos de verdad para no andar con tantas complicaciones. Estoy bastante a favor de los prejuicios, dice Lourdes (El Lobista, TNT); si no, tendríamos que probar todo, y todo no se puede, hay que elegir, somos lo que elegimos, las decisiones que tomamos.
Un mejor nombre para los prejuicios es el de paradigmas. Uno de ellos ha sido el de curar sacando sangre. La idea fue de los antiguos egipcios que confundieron el sudor rojo de los hipopótamos con sangre y creyeron que sangraban para botar los males; total, se veían gorditos y alegres. Luego los griegos sostuvieron que las enfermedades se producían por un exceso de sangre y que había que sacarla para restituir el equilibrio. No fue sino hasta el siglo XIX que, conociendo mejor las causas de las enfermedades, se demostró que el sangrado no curaba, sino que debilitaba o mataba. Pero, hasta la muerte del paradigma, creímos que era una maravilla. Los médicos se esforzaban estudiando, según tipo de enfermedad, en qué parte había que hacer el corte para sacar sangre, por cuánto tiempo, a qué hora y bajo qué clima.
Otro paradigma es la democracia moderna. Se inventó en Estados Unidos, pero a los afroamericanos los mantuvieron esclavos y, cuando les dieron libertad, los discriminaron. Francia popularizó la democracia, pero solo en casa; fuera siguió siendo potencia colonial. En el Perú, los presidentes más populares, Velasco y Fujimori, nacieron de golpes de Estado. Los presidentes más institucionalistas, Paniagua y Sagasti, fueron suplentes de última hora y gobernaron menos de un año. En siete años, siete presidentes; salvo Sagasti, todos ellos con líos penales. En la región, Chile, Argentina, Colombia, México y España, por solo citar postales de coyuntura, tampoco andan mejor, cada uno con problemas de gobernanza. Es el ocaso de la democracia (Anne Applebaum).
En el paradigma, el poder nace del pueblo y se concreta en las elecciones. Pero las elecciones solo eran una técnica para medir mayorías. La clave del paradigma era construir una voluntad general en el largo plazo, encontrar en ella y no en las elecciones la legitimidad del poder (Pierre Rosanvallón). Pero no fue así. Cada gobierno hacía lo suyo, marginaba a las minorías y se desprestigiaba. Luego, la antigua minoría se convertía en mayoría, le llegaba el turno y hacía lo mismo. Así la democracia se fue transformando en una sucesión de dictaduras a plazo. Lo bueno: aparecen instituciones intermedias encargadas del control de los principios, como el BCR, la SBS y los organismos reguladores, cuyas burocracias de élite sobreviven a los gobiernos. Lo malo: las minorías marginadas toman la calle y la protesta violenta se convierte en un factor de negociación. Lo feo: cada parte pelea por lo suyo, en una carrera loca por ser el primero, pisoteando a los demás. ¿Estamos perdidos? No me parece. El paradigma de la democracia está en revisión, pero no ha sido sustituido, sigue siendo verdad que, pese a todo, no hay nada mejor. Lo que se está cuestionando es que el poder ya no viene solo de las elecciones. Para que las decisiones de gobierno sean respetadas, deben formar parte de una voluntad general, que se debe construir día a día. ¿Cómo hacerlo? Ese es el reto, pero sospecho que será pensando en los otros, mirando a futuro.
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