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[OPINIÓN] César Luna Victoria: Por la pata de los caballos
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Como si lo peor no se quisiera ir, esta semana acumulamos muertos y heridos. Hagamos recuento. Radio Cutivalú reporta la muerte de más de 300 cabezas de ganado, por sequía en el Alto Piura. Perú21 reporta la de 14 mineros artesanales muertos en Atico, Arequipa. La República reporta adolescentes heridos por bullying y las redes dan cuenta de mucho más. Estas desgracias se repiten con más frecuencia y mayor gravedad. Eran totalmente previsibles y no se ha hecho nada por evitarlas.
La sequía en Piura es recurrente, como lo son el friaje del Altiplano y el Fenómeno El Niño en la costa. No llegan de improviso. Tenemos experiencia suficiente para entender los indicios y prepararnos. El alcalde de Morropón lo venía advirtiendo hace tiempo. La sequía destruye los pastos que son el alimento. Se debía haber programado la compra masiva de pastos para ofrecerlas a los pequeños ganaderos como crédito o bono. Pero recién con la muerte de ese primer grupo de animales se activó la emergencia. Se dirá que los animales murieron de hambre, pero murieron por negligencia del Estado.
Los conflictos mineros también son recurrentes. Primero fueron en defensa del medio ambiente (son los casos de Tambogrande en Piura y Conga en Cajamarca). Luego, para obtener beneficios directos de las empresas mineras (el caso actual de Las Bambas). Pero ahora son batallas entre mineros artesanales para ocupar y explotar los yacimientos. El Estado no es capaz de hacer respetar las leyes ni de imponer su autoridad. No está presente en el Vraem, cediendo ese territorio a Sendero y a los narcotraficantes que gobiernan a sus anchas; ni lo estuvo en la Amazonía, y hoy la explotación ilegal del oro la está destrozando. Se dirá que la minería muere por falta de inversión, pero morirá por ausencia del Estado.
Los chicos regresan a clases. Cuidados: que la mascarilla, que la distancia social, que al primer estornudo todo se cierra. Los psicólogos habían advertido que se venía un aluvión de emociones reprimidas. La última vez que se vieron, hace dos años, eran niños y ahora son adolescentes, físicamente diferentes. Las familias aún no saben cómo salir de tanta crisis, menos los chicos, pero ya oyen que les será difícil conseguir trabajo. Se sienten pésimo y, de seguro, no saben por qué. Un terreno fértil para maltratar al otro, tanto como para que se sienta peor que uno. Era previsible que el bullying explotaría a mayor escala con el reencuentro. Así ha sido, ahora ya no es la burla, el insulto o la humillación. Ahora viene con asfixias, costillas rotas y tránsito por las UCI de los hospitales. 911 ayuda; sobrevivirán, pero no en salud mental.
Abrumados por la economía y la política, no prestamos atención a la vida cotidiana. Creemos que la culpa es la de un Estado irresponsable, negligente y ausente. Que ya pasará, que ya habrá uno nuevo y asunto resuelto. Pero no es así. La autoridad del Estado no se recupera con elecciones. Y allí no acaba el problema, porque nosotros mismos hemos adoptado la violencia como lenguaje para expresar nuestras emociones y como la forma para resolver nuestros problemas. Ese es el reto, tenemos que ser mejores que nuestra propia violencia.
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