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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Terrorismo 2.0″
“Desaparecidos los grandes partidos, el poder se ha dividido en parcelas microscópicas, capturadas por cacicazgos locales que solo buscan sus propios intereses”.
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Pablo Escobar no aguantaba pulgas: asesinó a ministros, políticos, jueces, fiscales, policías, socios narcotraficantes y a cualquiera que cuestionase su poder. El Estado reacciona; Escobar, acorralado, se entrega y entra a prisión en junio de 1991, se escapa en julio de 1992 y, tras esa fuga, comete 250 atentados antes de morir acribillado por la Policía en diciembre de 1993. Treinta años después, la historia empieza a repetirse en Ecuador. César Suárez, el fiscal que venía investigando el asalto de bandas criminales a un canal de televisión, fue asesinado esta semana en Guayaquil. En el Perú, en los últimos diez años, las bandas criminales de la tala ilegal han asesinado a 33 autoridades nativas por defender los bosques amazónicos. En Hispanoamérica, antes que el empleo, la salud o el costo de los alimentos, lo que más preocupa a la gente es la seguridad ciudadana, porque en toda la región las bandas criminales imponen condiciones a punta de violencia. Pero ha pasado otras veces. Lo nuevo es que esta vez el Estado es tan débil que viene perdiendo la guerra.
La debilidad de los Estados no se explica frente a la fuerza de las bandas criminales. En el pasado, como ahora, atacaron al Estado con ejércitos de sicarios, con corrupción y amenazas (el plomo o plata de Escobar). En casos extremos, atacaron asociadas a ejércitos políticos: el M19, el ELN y las FARC en Colombia, y Sendero y el MRTA en Perú. Sin embargo, al final, el Estado ganó. La debilidad de los Estados, más bien, tiene que ver con la desaparición de los paradigmas, aquellos modelos que proponen un mundo ideal y organizan la vida y las esperanzas. El modelo de los imperios coloniales europeos cayó con la Primera Guerra Mundial; el modelo de las dictaduras fascistas cayó con la Segunda Guerra Mundial; y el modelo comunista cayó con la desintegración de la Unión Soviética. Desde entonces, hace treinta años, solo subsiste el modelo capitalista, con economía liberal y democracia (Yuval Harari, 21 lecciones para el siglo XXI). Lo bueno: el modelo capitalista ha funcionado, la gente vive mejor, como nunca en la historia, hay menos hambre y menos enfermedades. Lo malo: el modelo capitalista no ha funcionado: todavía hay desigualdades y hay gente que se sigue muriendo de hambre y de enfermedades. Lo feo: el modelo capitalista no es consciente, ha creado un desastre ecológico, el calentamiento global.
Todo eso es cierto, pero la crítica política no se hizo para corregir lo malo y lo feo, sino para destruir lo bueno. Y así, poco a poco, la gente fue perdiendo esperanza en el modelo y decepcionándose de la política. Desaparecidos los grandes partidos, el poder se ha dividido en parcelas microscópicas, capturadas por cacicazgos locales que solo buscan sus propios intereses. En ese escenario, las bandas criminales la han tenido fácil para capturar algunas de esas parcelas y así han empezado a gobernar. Para que la cosa sea más grave: la gente, ninguneada por la política tradicional y con su economía doméstica en crisis por la pandemia, ve en las bandas criminales la posibilidad de empleo mejor remunerado y, dentro de los territorios controlados, cierta tranquilidad. La guerra también va por el subconsciente: los corridos mexicanos y el reguetón ensalzan a las bandas criminales, lo ofrecen en discotecas y fiestas de matrimonio, quizá ya los bailó. Para ganar la guerra hay que recuperar el Estado y a la gente. No será fácil, porque el escenario tiene nuevos problemas: la inteligencia artificial generará desempleo si no reconvertimos habilidades; lo más valioso es la información y se transmite online, por ahora libre de impuestos; la biotecnología nos hará vivir más y colapsarán los sistemas de pensiones; ¿y cómo enfriar el calentamiento global? En la escena local tenemos otros retos adicionales: un pacto contra la corrupción a todo nivel, incrementar recaudación tributaria a la par que se mejora la calidad del gasto público, una revolución educativa y tanto más. Demasiados retos como para andar en pleitos mezquinos.
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