A la salida nos esperaba un enjambre de reporteros, muchos de ellos padres, y ávidos —pensaba yo— de saber cómo un congresista y un ministro podían sumar a esta noble causa. Y ahí, ante la mirada atónita de niños, padres y el personal de salud, lo único que hicieron fue abrirse paso a codazos para preguntar por los Rolex de la presidenta. “Tiene razón Jaime Bayly”, pensé, “somos una república bananera, con políticos bananeros y prensa bananera”. Básicamente, nos dijeron a todos que al carajo la donación de órganos, que poco o nada les importaba a ellos y a sus productores si los niños —que vienen de todas las regiones, algunos de solo unos meses de edad, con síndrome de Down, o incluso abandonados por sus padres— podrán tener mejores tratamientos para el cáncer, leucemia, quemaduras, cardiopatías y otras dolencias.