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[Opinión] Hugo Palma: “La guerra de las palabras”

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“En toda guerra, conflicto o diferencia, la primera víctima es la verdad”. En la catástrofe –”suceso o situación que produce gran destrucción o daño”– que vivimos, la búsqueda de la verdad –”medio que permite al hombre ser y obrar como tal”– no está a mi alcance. Consigno apenas unos temas en que convergen el DLE y la realidad. Todo empieza con palabras que, engarzadas, traducen pensamiento inteligible y nos comunica. Pero pueden ser deformadas y utilizadas como armas. Sobran ejemplos.
La protesta social es esencial a la existencia y consolidación de sociedades democráticas, al promover cambios requeridos. Solo en las democráticas, pues es delito grave en Rusia, China, Cuba, Nicaragua, Venezuela y más. Se expresa en marchas, pronunciamientos, lemas y otros; y se basa en los derechos de reunión y libre expresión. Pero su ejercicio exige dos condiciones imprescindibles: ser pacífica y sin armas.
Por ende, las tomas, barricadas, bloqueos, revueltas y vandalismo deslegitiman la protesta social. Son delitos comunes que materializan el gravísimo ilícito de sedición, que los suma a otros para desconocer al gobierno legalmente constituido. Nos hace vivir en convulsión: “agitación violenta que sofoca la vida colectiva”. ¿Por qué no son todas pacíficas? “Porque no nos hacen caso”. Pero Martin Luther King llevó a Washington a un cuarto de millón de personas sin pisar una flor. Gandhi hizo que millones de indios rompieran el monopolio de la sal sin una piedra. Y nuestros “cuatro suyos” liquidaron la dictadura. Funcionan.
Nada autoriza pues a perjudicar tanto a tantos compatriotas que también tienen necesidades y derechos. Ya lo dijo Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. “No criminalizar la protesta social” implica que los manifestantes impidan que se encaramen terroristas y no plegarse a la violencia. La actuación de la Policía no es “genocidio”; bloquear carreteras no es “pacífico”; destruir ambulancias no es “exceso”; ni quemar vivo un policía un “error”.
¿Qué tenemos? Duele, pero es. El terrorismo nunca desapareció. Cambió de caretas y métodos. Hoy tiene poderosos aliados en las actividades ilegales: minería, droga, tala, contrabando, trata, corrupción, radicales, gobiernos extranjeros y separatismo. Lo que vivimos revela planeación, coordinación, financiación, recurrencia, amenaza, violencia y eficacia que hacen pensar en “inteligencia”, quizá caribeño-andina, experta en subversión.
Resultado: crece el miedo, se aproxima el pánico y sigue el terror. Terrorista es quien prepara o realiza actos que generan terror. Ya produjo destrucción de vidas, empleos, salud, ingresos y tranquilidad de todos. ¿Para cuándo los explosivos, secuestros y asesinatos selectivos? ¿Satisfacer necesidades sociales requiere destruir aeropuertos? ¿Por qué el “gobierno del pueblo” nos hizo y hace tanto daño?
Porque estamos perdiendo la guerra de las palabras. ¿Cuál es la “narrativa” de la paz, desarrollo social, progreso económico, democracia, derechos humanos, educación, salud, seguridad, respeto mutuo, valores, la patria anhelada? ¿Será que se producen solos? Lector, tiene la palabra. Solo en la muerte hay silencio.
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