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[OPINIÓN] Jaime Bedoya: Dos millones de dólares por un gol

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El recientemente despedido señor Juan Reynoso pretende una indemnización de 2 millones de dólares para evitar seguir hundiendo a la selección peruana en un pozo irrecuperable.
Legalmente, un contrato lo respalda. Moralmente, es ponerle precio a la pendejada.
El sueldo mínimo en el Perú es de 1,025 soles. La indemnización reclamada por el señor Reynoso equivale aproximadamente a 7,283 remuneraciones mínimas vitales en el Perú.
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Los congresistas de la República se están asignando un bono extraordinario de 9, 900 soles a ellos y a todo el personal que los asiste en plagiar proyectos de ley o en instaurar el Día del Urinario.
La citada bonificación extraordinaria no está sujeta a cargas sociales. Cae libre de polvo, mérito y paja. En total serían S/35'640,000 teniendo en cuenta los 3,600 empleados del Poder Legislativo.
Con los S/35'600,000 que supone ese bono se podría sacar de la pobreza a 7,131 peruanos durante un año.
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La presidenta Dina Boluarte hasta la fecha ha gastado aproximadamente un millón de soles en viajes. Esto es sin contar su último paseo por Estados Unidos, donde daba conferencias mientras otros almorzaban a su lado.
Además de ese dispendio, la señora Boluarte le está reclamando una indemnización a la Reniec, de donde dejó de ser encargada de la Oficina Registral de Surco para acabar de presidenta accidental del Perú. El botín que reclama es de 500 mil soles.
La ilustre presidenta está solicitando que se le reconozca el pago de aguinaldos, vacaciones, taxis, uniformes e inclusive canastas navideñas. En 2021 fue convocada para una conciliación judicial. Ella se negó a conciliar. Cuando juró en el cargo que hoy ostenta, dijo que defendería la idoneidad física y moral de la República. Sic. El metálico en efectivo tiene un atractivo rabioso.
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La ceguera moral y ausencia de sentido común en estos casos es de una grosería evidente, aunque tristemente normal. En el caso de los fondos públicos, se trata de la confirmación institucionalizada de que en el Perú el servicio público supone servirse del país, jamás lo contrario.
En el caso de Reynoso, es la pérdida absoluta de vergüenza, pública y privada. No hay pudor en trajinar lo más importante de lo menos importante –el fútbol– con tal de acumular cobre. Aquí el dinero es privado, de bien intencionados auspiciadores que inexplicablemente anticiparon bonhomía en una personalidad llena de nudos sin solución. Pero la alegría es de todos.
Tal como lo intuye el maestro Elejalder Godos, para ser entrenador de la selección peruana de fútbol, hay que saber querer a tus jugadores. Se impone una dinámica paternalista y sobreprotectora, seguramente anacrónica, pero que en un país de ausencias paternas se convierte en algo natural.
Como les decía don Marcos Calderón en la charla técnica que de técnica no tenía nada: Muchachos, salgan y ustedes hagan lo que saben hacer. Es la misma paternidad que ejerció Gareca respecto a Cueva, prácticamente una adopción futbolística que le dio estructura al díscolo trujillano, que, apenas soltado de esa mano putativa, volvió a orinar ahí donde lo llevara el viento.
Aproximaciones emocionales como estas colisionan frontalmente con el desatino de Reynoso maltratando a sus propios jugadores diciendo en público, falazmente, que no corren. O como cuando ninguneó durante varios partidos a Piero Quispe, titular por presión popular. O al aplicarle ese maltrato sádico a Oliver Sonne y a su apresurada naturalización por las puras. Luego de anunciar que le daría minutos en el último partido, lo dejó en el aire por otro cambio que, por supuesto, no funcionó. La imagen de Sonne desconcertado viendo el incumplimiento de la palabra empeñada es un ícono de la inconsistencia de la promesa peruana.
La gestión de Reynoso fue un desastre anunciado. Antes de dirigir a un equipo precisa terapia para saber manejarse a sí mismo. Su disfuncional antipatía estaba subordinada a un ancla inamovible que se llama Agustín Lozano, y al ejército de corchos que flota indistintamente en las aguas de la federación diciendo chi cheñó en coro.
Cuando se pierde con honor, no duele. Cuando se pierde de manera indigna, la sangre hierve. Lo único que tuvo claro Reynoso respecto a la selección, aparte de su sueldo, es que Gallese era el arquero.
Su dirección técnica logró un gol en cinco partidos, solitario tanto por el que pretende cobrar ahora dos millones de dólares. Deja como legado el récord de 570 minutos sin patear al arco. Y el misterio de esas inmensas lonas negras que hizo poner alrededor de la cancha para proteger una estrategia inexistente. Lo único que escondían, parece ser, era la falta de vergüenza.