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[OPINIÓN] Jaime Bedoya: “Toledo, el corrupto humorístico”
"Debe de ser una pesadilla ser Alejandro Toledo ahora mismo, (...) un suplicio solo superado en dramatismo, con todo respeto, a estar casado con ese antónimo humano de la simpatía que es la señora Eliane Karp”.
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Si un limpiaparabrisas asesino convierte automáticamente ese oficio en delincuencial, pues hagamos algo análogo respecto a la Presidencia de la República.
No hay uno sino siete presidentes peruanos involucrados en corrupción. A igual razón, igual derecho. Posiblemente haya llegado la hora de prohibir el ejercicio de la Presidencia del Perú en nombre del bien común.
Que nos gobierne el clima. Siempre bajo el alerta monitoreo de Defensa Civil, que es más o menos lo que está sucediendo ahora que un ventilador se ha convertido en más relevante que la inasible gestión de la presidenta Boluarte.
De todos los presidentes involucrados en el trasiego de sobornos y porcentajes bajo la mesa, ninguno tan rendidor para el desfogue humorístico del pueblo peruano que Alejandro Celestino Toledo Manrique, el reto reputacional más serio que ha tenido la Universidad de Harvard en su historia. Y eso que nunca estudió ahí.
Ninguno tan sinvergüenza, tan regateador, tan mitómano, tan impostado y afín al ridículo como él. Y, sin embargo, ninguno tan próximo a hacer de la vergüenza una pieza única e histórica de humor involuntario. Los créditos hipotecarios de JB el Imitador y Carlos Álvarez le están sinceramente agradecidos.
Lo que corta el humor en seco es recordar que no se hizo presidente solo. Lo hicimos presidente más de 5 millones y medio de peruanos que votamos por él, lo que refleja lo tóxico que puede ser el fujimorismo para hacer de Toledo, o Castillo, una alternativa. Cada burla risueña que provoca debería calificar como masoquismo. Y, en el caso de sus excolaboradores, amigos y arrimados, galaxia de facilitadores que encubrieron su talante pipiléptico adornado de cleptomanía (o al revés), tal vez sea hora de consultar a uno de esos abogados que respiran bajo el agua.
Toledo ha logrado consolidar en su persona un extraño repositorio de repudio y humor simultáneos. Es un delincuente descarado, pero alegra la vida con la frescura propia de la primera cerveza del sábado al mediodía. Acompaña y alivia el pesar constante de un país bajo permanente maldición bíblica, donde llueven soretes de punta (1), para tomar un modismo preclaro de los campeones del mundo.
Lo triste es que su vergonzosa conducta pública y privada (privilegio que las autoridades electas pierden a cambio de la circulina) fue una banalización de la reivindicación étnica, social y democrática que el de Cabana pudo haber encarnado de no haberse dejado ganar por el calzoncillo y la billetera.
Después de 20 millones de dólares en coimas, después de la falsa reparación del holocausto, de regatear más coima con Barata, de negar a su hija, del flácido secuestro erótico con delivery de condones talla small en el Melody, de irse de restaurantes sin pagar la cuenta, de encontrársele una cuenta privada con 1.6 millones de dólares en EE.UU. cuando decía que no podía costear abogado, después de un océano de vergüenzas propias y ajenas, Toledo ya no está en capacidad de reclamar respeto. Lo ha perdido irreversiblemente y para siempre.
Debe de ser una pesadilla ser Alejandro Toledo ahora mismo. Una resaca sin comienzo ni final. Un suplicio solo superado en dramatismo, con todo respeto, a estar casado con ese antónimo humano de la simpatía que es la señora Eliane Karp.
Su existencia se ha reducido a un loop interminable de manotazos de ahogado en un charco, lodazal que acaba siendo terminal cuando no se está a la altura ni se tiene grandeza. Solo pensar en el destino útil y urgente que pudieron haber tenido esos millones de dólares en coimas hace de lo suyo algo imperdonable.
El festival de escarnio que generará su regreso al país que defraudó podría tener implicancias cancelatorias en una persona con cierta dignidad moral. No es este necesariamente el caso de Toledo.
No es improbable que, dentro de unos meses, así como se sorprendió mediante un dron al reo Pedro Castillo escenográficamente dedicándose a la noble labranza en el penal de la Diroes, el enfocado por el dron esa vez sea Alejandro Toledo; nueva piñata nacional. La señora Boluarte –de tener reflejos– ya debería estar pensando en colgar en algún salón de Palacio de Gobierno esa piñata.
Gracias al dron lo veríamos en short, sayonaras y bividí, rascándose la entrepierna mientras tararea una melodía que lo refugie en lo más íntimo de su ser:
“Me la’ vo’a llevar a to’a
Pa’ un VIP, un VIP, ey”
Luego, levantando la mirada hacia la cámara voladora y moviendo la cabeza con leve trémulo, repetiría su infaltable no se lo permito.
Esa frase apunta a ser su epitafio perfecto.
1) Argentinismo: trozo sólido de excremento.
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