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[OPINIÓN] Jaime Bedoya: ¡Viva el Rolex, viva el Perú!

“Es equívoco pensar que el sobón tiene como tarea humillarse. Dicho sometimiento es un medio, no un fin. Como recompensa, basta con sentirse un grano de arena de la grandeza ajena, la opaca sombra de una luz ajena”.

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Los que no podemos dar un Rolex damos halagos. La miel que envuelve las lisonjas desarma y condiciona: es más fácil defenderse de un insulto que de una alabanza.
Cuando este ensalzamiento es desmedido, reiterado y premeditado, hablamos de la adulación. Se pierde vergüenza y mesura, y el adulador sublima lamer el piso sobre el cual su admirado ha de desplazarse. Faltaba más, su excelencia.
Sin embargo, es un equívoco considerar que el sobón tiene como tarea humillarse. Dicho sometimiento es un medio, no un fin. Como recompensa, basta con sentirse un grano de arena de la grandeza ajena, la opaca sombra de una fuente de luz, en una versión inversa y patológica de autoestima.
En otros casos el chupamedias, versión más antihigiénica de lo mismo, tiene un plan. Cada halago es parte de una estructura mayor donde la expectativa es recibir algo a cambio de la felación emocional constante. La historia abunda en evidencias de cómo la sobonería es una eficaz herramienta de éxito.
De este éxito saben los monos. Practican una dinámica de adulación social que llega a paralelismos humanos sorprendentemente familiares: en su etapa más sobona, el mono alfa recibe suaves palpadas del escroto de parte del mono sumiso, que con eso le hace saber el gran mono que es. Pasa en la naturaleza, pasa en la oficina. Y en la política.
En su condición de falsificadores de virtudes, los sobones políticos demuestran pericia profesional. Lo han vuelto a hacer ante las acusaciones de frivolidad y enriquecimiento de la presidenta. Es un contexto en el que la sobonería aflora como moneda de cambio, relativizando lo condenable mientras se ponderan fantasmales virtudes presidenciales.
El trato se cierra rechazando el allanamiento y la fisgonería acerca de qué le cuelga de la mano de tan digna mandataria; sosteniendo que solo un necio no entiende que el enriquecimiento turbio es el daño colateral de gobernar un país escindido entre lo canalla y la cleptomanía. Yo te rasco la espalda, tú me rascas la mía. De paso me das un ministerio.
Pongamos en riesgo la estabilidad laboral de los sobones profesionales haciendo lo que mejor saben hacer, adular. Úsese libremente este texto en palacio y alrededores:
Contemplamos con efervescente fervor patriótico y honesto sentir filial como los penosos y sistematizados ataques a nuestra señora presidenta, esa gran madre que nos cobija y lidera bajo su seno, se diluyen impotentes ante su solidez moral y claridad de mando. Dina es estabilidad.
La sensibilidad auténtica que motiva su desvelo en favor del bienestar del país es una vocación de servicio sustentada en capacidades de gestión más que comprobadas. Esto quedó fraguado cuando le tocara lidiar con las arduas responsabilidades de la azarosa administración del club departamental, verdadera prueba de fuego del teje y maneje contable paralelo y bajo el radar. Dina es gestión.
Ese manejo habilidoso de la cosa pública acompañada de margen privado la convierten en la lideresa propicia para un país signado por el destino para la grandeza superlativa, virtud predestinada en el milenario andamiaje moral del ama sua, ama quella, ama llulla. Dina es cultura.
Nuestra presidenta piensa siempre y antes que en sí misma en la persona humana, y, por ende, en los desafíos de seguridad ciudadana y salud pública que nos retan, así como en la urgencia de atender el caos del tráfico automotor, en la esperanza bicolor de cerrar heridas nacionales en la Copa América, en la justa celebración del Día del Cebiche, del pisco sour, en la dignidad del perro peruano sin pelo y en la nariz de Lapadula. Dina es patria.
Por ello es por lo que se olvida de sí misma, dejando de lado egoísmos que consumen a otros falsos valores, dedicando todo el tiempo del que dispone para ver cómo hacernos felices. Dina es amor.
Como es su precioso tiempo el que nos dedica, solo podemos corresponder con gratitud de igual calibre. Hay que darle mayor plazo, hasta 2027 si fuera necesario, para que vierta su amor de madre sobre esta nación que amamanta de su sapiencia. Dina es lactancia.
Y para medir ese tiempo que nos obsequia, nuestra presidenta requiere todos los relojes que ella considere conveniente, propios y prestados. A través de ellos se realizará el registro fehaciente y suizo de los actos con lo que está escribiendo un capítulo personal de la historia peruana en lo que a la concha e incompetencia ornamentadas se refiere.
¡Viva el Rolex!, ¡viva el Perú!
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