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(Opinión) Juan Stoessel: Un aeropuerto Frankestein
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Antes de la pandemia, uno de los mayores problemas que enfrentaba el turismo era el tremendo cuello de botella del aeropuerto Jorge Chávez. Un freno mayúsculo que limitaba nuestra capacidad de captar mayor número de viajeros y crecer. Por ello, cuando se aprobó la construcción de la segunda pista y la nueva terminal, fue un hito trascendental.
La segunda pista y torre de control van viento en popa, no así el terminal. LAP insiste en cambiar el plan previsto en el contrato. En vez del nuevo terminal, proponen mantener el actual y construir un módulo adicional, para que ambos atiendan la demanda, y culminar gradualmente el proyecto para el año 2035 (diez años después de lo previsto). Argumentan que la pandemia redujo la demanda y que la capacidad instalada puede aumentarse por etapas. No se entiende esa postura cortoplacista. El COVID-19 está de salida. La demanda que se contrajo ya está en vías de expandirse. Según el CEO de Expedia, el 2022 viviremos “la temporada de viajes más ocupada jamás vista”. ¿Queremos ser coleros en la región? Sin mencionar que la solución modular sería una pesadilla logística. Nadie tiene claro cómo se interconectarían las dos terminales. Y mientras Bogotá, Santiago, Panamá, Quito, Sao Paulo ya tienen aeropuertos nuevos o renovados, nosotros tendríamos un frankenstein.
El equipo técnico del MTC ha sido categórico. Esta modificación no traería ningún beneficio. Opinión que comparten los gremios turísticos y la IATA. Este 28 de febrero vence el plazo para que el Estado responda a la solicitud de LAP. Con tantos argumentos en contra, sería francamente incomprensible que se acepte. Más allá del turismo, es de interés nacional, un derecho de los peruanos, contar con un aeropuerto moderno y de amplia capacidad, que nos vuelva a convertir en el principal hub de Sudamérica. Debemos ceñirnos al contrato.
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