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[Opinión] Pablo de la Flor: ¡Adiós, 1.5!
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Uno punto cinco grados centígrados. Esa fue la ambiciosa meta de calentamiento global establecida en la COP21 de París. Siete años después, hoy sabemos con certeza que no será posible alcanzarla.
El planeta ya se ha calentado 1.1 respecto a las temperaturas alcanzadas antes de la era industrial y, si no enmendamos el rumbo en lo inmediato, ese aumento podría triplicarse. No en vano estos últimos ocho años han sido los más calientes de nuestra historia moderna.
Los eventos climatológicos extremos de 2022, como las oleadas de calor e incendios forestales en Europa, sequías en África, inundaciones severas en Paquistán y megahuracanes en Florida, serán cada vez más frecuentes y destructivos. Para mayores señas, el aumento del nivel del mar se ha duplicado desde 1993, y la capa de hielo antártica está en franco retroceso.
Nuestro país es uno de los más vulnerables a las consecuencias del cambio climático, no solo por la mayor recurrencia de Niños extremos, sino también por los incrementos severos de temperaturas que se darán en la sierra y en la Amazonía, y los efectos de los incrementos de mareas en las comunidades de la costa.
La aceleración de la deglaciación en curso se presenta como otra de las principales amenazas. Nuestro país tiene el 70% de los glaciares tropicales del mundo, y estudios recientes proyectan que en las próximas dos décadas la mitad de ellos habrá desaparecido, con consecuencias devastadoras para la agricultura, minería, y la supervivencia de poblaciones altoandinas.
En este contexto, la Cumbre COP27 que se viene realizando en Egipto resulta vital para lograr compromisos firmes y ambiciosos, sobre todo de los países desarrollados. Un tema clave será el de la creación de un mecanismo de compensación financiado por estos últimos para sufragar los enormes costos de la transición energética y adaptación en economías emergentes como la nuestra.
Después de todo, la mayor responsabilidad por el calentamiento global recae en aquellos países que, a lo largo de los últimos doscientos años, han basado su desarrollo en el uso intensivo de energías contaminantes, en desmedro de aquellas naciones menos desarrolladas que, sin ser grandes emisores de gases de efecto invernadero, deben enfrentar las terribles consecuencias del cambio climático.
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