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[OPINIÓN] Paul Montjoy Forti: El último rey de Redonda

“Es difícil describir el luto y el dolor que uno puede sentir por una persona a la que, si bien admira, no conoce en persona. Pero desde el día del fallecimiento hasta hoy no he dejado de pensar en la tragedia que supone la muerte de Marías para las letras castellanas”.

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Mientras preparaba mis clases de español, la semana pasada, para mis alumnos de pregrado de la Universidad de Oklahoma recibí la noticia por el teléfono celular de que Javier Marías había muerto. Mi inmediata reacción fue buscar la noticia con la esperanza de que se tratase de un fake news de los muchos que abundan en el internet y que matan a los personajes famosos. Sin embargo, la noticia empezó a salir en diversos medios de comunicación. Javier Marías, el rey de Redonda (como bien lo ha apodado Juan Villoro), había muerto.
Es difícil describir el luto y el dolor que uno puede sentir por una persona a la que, si bien admira, no conoce en persona. Pero desde el día del fallecimiento hasta hoy no he dejado de pensar en la tragedia que supone la muerte de Marías para las letras castellanas. Mi acercamiento a Marías data de muchos años atrás, cuando leí por vez primera Corazón tan blanco, esa novela que tantas veces ha sido mencionada en estos últimos días, continué con Así empieza lo malo, Berta Isla, entre otras, y por supuesto Mañana en la batalla piensa en mí, cuyo título me inspiró para titular a mi primera novela En la última noche yo te amé. Como se lo dije a Sebastián Uribe en una entrevista para la revista Página en Blanco hace ya algunos años: “Marías es fundamental. Me da la impresión de que no hubiese podido escribir la novela sin haber leído su obra”.
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Marías fue un hombre de carácter, se podía notar en sus columnas de opinión en El País. Arremetió contra todo lo que le generaba malestar: José Camilo Cela, Podemos, Pablo Iglesias, Sánchez, España, el feminismo moderno, Rajoy, Franco, la Iglesia, los antitaurinos, Gabriela Wiener. Marías fue un escritor que no se dejó llevar por la política de moda, esa que dura algunos años y luego se olvida. Marías fue una isla de libertad de pensamiento en un tiempo donde decir muchas cosas se considera políticamente incorrecto. Eso le generó el estigma de cascarrabias y, tal vez, eso enfrió su candidatura al Nobel de literatura, premio al que siempre estuvo nominado. La tragedia de la muerte de Marías es que era el candidato más serio de las letras castellanas al Nobel. Aunque, por supuesto, a la industria literaria, poco le convenía que un hombre como él, que escribía cuando le daba la gana y que no se iba a someter a las exigencias editoriales, gane aquel premio. Aunque su nombre se encontraba frío entre las balotas suecas, siempre existía la esperanza de que algún día, quizá por insistencia o longevidad, el Nobel, que le fue meritorio, le fuera otorgado, como le fueron otorgados casi todos los otros premios. Ya conocemos de la miopía que sufren los académicos suecos, la misma que no le dio el premio a Borges o a Kundera. Sin él, la posibilidad de un próximo premio Nobel de literatura hispano se vuelve casi casi un sueño lejano.
Incansable como autor, como columnista, fue también un excelente editor a través de su sello editorial Reino de Redonda, la misma que ha traducido y publicado a William Faulkner, Joseph Conrad, Honoré De Balzac, Robert Louis Stevenson, entre otros autores que el mismo Marías admiraba. El último Rey de Redonda ha muerto, ha muerto por complicaciones con una neumonía, ha muerto tal vez uno de los últimos escritores que seguía utilizando máquina a escribir, ha muerto el mejor escritor español de los últimos 50 años. Su muerte ha sido un golpe, en su ausencia queda su inmensa obra. Ha muerto Javier Marías, aunque todavía espero con esperanza infantil a que salga de su escondite a desmentirnos a todos.