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[OPINIÓN] Rafael Belaunde Llosa: “Construir para incluir”
“En la Lima de los “no privilegiados”, hay que caminar horas por el arenal de Pachacútec, subir empinadas pendientes hasta la zona Z de Huaycán o los extremos de la zona 8 de Collique”.
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El 18 de enero de 1535, Francisco Pizarro fundó, en lo que eran los dominios del curaca Taulichusco, la ciudad de Lima. Centro del mestizaje cultural, racial y geográfico del Perú, Lima es una síntesis de él. Una metrópoli pluricultural, mestiza, fusión andino-ibérica, enriquecida con el influjo de inmigrantes asiáticos, africanos y europeos, que contribuyeron a darle a la ciudad su identidad y fortaleza.
Aún llena de desafíos y enormes brechas por cubrir (sobre todo en el campo de la infraestructura), Lima es una ciudad pujante, fiel reflejo del espíritu emprendedor e intuitivamente capitalista del peruano, del hombre hecho a pulso, sin que el Estado le regale nada.
En esta gran metrópoli, asentada en más de 110 kilómetros desde Pucusana hasta Ancón y en más de 55 kilómetros desde el mar hasta Huarochirí, los limeños han sabido conquistar áridos arenales y escarpados cerros para forjar —a fuerza de empeño y determinación— un hogar para 10 millones de vecinos.
Dada su enorme extensión, la infraestructura vial es un asunto de primera importancia. Desde una —quizá inadvertida— posición de privilegio, muchos han cuestionado “la cantidad de concreto” que gestiones municipales vertieron sobre la ciudad y planteado una alternativa bucólica de ciudad donde los ciudadanos se trasladan en scooter o bicicleta y trabajan desde una oficina con aire acondicionado o desde la terraza con wi-fi gratuito de algún restaurante vegano. Lamentablemente, para la inmensa mayoría de limeños, esa no es la realidad.
En la Lima de los “no privilegiados”, hay que caminar horas por el arenal de Pachacútec, subir empinadas pendientes hasta la zona Z de Huaycán o los extremos de la zona 8 de Collique. Para millones de limeños, más concreto en la forma de pistas asfaltadas, veredas, escaleras, losas deportivas, intercambios viales y pasos a desnivel, es algo bueno y necesario, no un crimen contra el objetivo de ciudad ecosostenible.
Así las cosas, más obras de infraestructura vial son urgentes, tanto la ampliación en la extensión y cobertura de los sistemas de transporte público, como mayor y mejor infraestructura para el transporte privado (sea vehículo motor para cinco personas o la individualísima bicicleta de calzada segregada). Lima tiene apenas 172 vehículos por cada 1,000 habitantes, en comparación con los 436 de países de la OCDE, de modo que el tráfico caótico que padecemos no es por exceso de carros, sino por falta de vías.
Atender este asunto es vital, pues reducir los tiempos muertos en el tráfico descomunal aumenta el tiempo disponible en producir y generar valor, impacta de manera directa en la productividad de los ciudadanos y mejora la calidad de vida de las personas.
No caigamos en la falsa dicotomía de transporte público o privado; los ciudadanos necesitamos los dos. Necesitamos construir más y mejor infraestructura para ser una ciudad integrada e inclusiva.
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