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[OPINIÓN] Richard Arce: “¡Nada que celebrar!”

“Hoy pagamos las consecuencias de estas ambiciones políticas, tanto de izquierda como de derecha, y por eso no hay nada que celebrar, al contrario, la calle reclama por este silencio atronador ante tanto atropello”.

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A un año del intento de golpe de Estado de Pedro Castillo, la situación del país no ha cambiado. Al contrario, la vorágine de despropósitos e ignominia de parte de la clase política que nos gobierna se ha acrecentado y continua aún la crisis política que lleva al país al desconcierto y la incertidumbre en medio de una crisis económica y hasta ambiental que probablemente arrecien en los próximos meses.
Como lecciones aprendidas, primero, es describir la realidad vivida con toda transparencia porque la narrativa que se ha querido construir desde diferentes grupos de interés distorsiona la realidad y eso es peligroso, porque se pretende crear mitos y falsos héroes condicionando el futuro, más aún en un contexto electoral.
Lo segundo es que esta lucha fratricida por el poder ha encumbrado a los extremos en el poder, y por eso tenemos un Congreso desbocado y arremetiendo contra la institucionalidad y legislando a favor de los corruptos y copando el poder.
El gobierno de Castillo estuvo enlodado por los casos de corrupción desde el primer día que asumió la Presidencia, rodeado de personajes sin escrúpulos que despachaban desde diferentes espacios de poder; estos despropósitos desnudaron las miserias y angurrias del gobierno y su partido Perú Libre, traicionando la ilusión de un gran sector del país.
Lamentablemente, el gobierno del lápiz fue una decepción con la complicidad de los grupos de izquierda y hasta sectores progresistas que durante años levantaron la voz de protesta contra la corrupción, pero que se hicieron de la vista gorda durante el gobierno castillista ya sea por condescendencia, por la afinidad ideológica o por cuidar un puesto de trabajo.
La transición no se salvó de esta desgracia, porque el poco crédito que tenía Boluarte al asumir el poder lo dilapidó con la incapacidad de dirigir el país y someterse a los designios del Congreso; sumado a la pésima gestión de los conflictos sociales, manchándose con la sangre de 49 civiles muertos con claras evidencias de violaciones a los derechos humanos. En vez de enmendar estas acciones, nunca se asumió ni siquiera el costo político, al contrario, se premió a Otárola con el premierato y ahora él se encuentra enseñoreado, dejando a la propia presidenta Boluarte en un rol decorativo.
Hoy pagamos las consecuencias de estas ambiciones políticas, tanto de izquierda como de derecha, y por eso no hay nada que celebrar, al contrario, la calle reclama por este silencio atronador ante tanto atropello.
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