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[Opinión] Sonia Chirinos: Lecciones de Historia de Enrique Chirinos Soto
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Un 28 de julio más, y son quince, he de evocar la memoria de mi padre. Y, con ella, sus lecciones de historia.
La independencia del Perú, al decir de Víctor Andrés Belaunde, no satisfacía ni a San Martín, a quien imaginaba removiéndose en su tumba a la vista de la evolución de las instituciones peruanas. Esa, la de la inmadurez institucional, es la cruz que soportamos los peruanos. Por eso es obligado bucear en la historia peruana que deberían conocer a carta cabal, en primer lugar, sus gobernantes. Un caso aleccionador es el de Sánchez Cerro. Se sublevó en Arequipa en 1930 contra la tiranía de Leguía, quien entre otras lindezas pretendió acabar con el Congreso y la libertad de expresión.
Mi padre, en su Historia de la República, reseña su célebre “Manifiesto de Arequipa” como “una de las piezas más notables de nuestra literatura política”. Sus bellas palabras, su “áspera condena” de la tiranía y la corrupción y la defensa a ultranza de los pobres fueron determinantes para convertir a Sánchez Cerro en un líder aclamado. Lima lo recibió entregada. La avenida Leguía pasó a llamarse, desde entonces, Arequipa.
Sánchez Cerro, conocido por su extraordinaria valentía, se había prometido “derrocar a Leguía”. Llegó a ser elegido presidente constitucional, que es lo que perseguía. Lo malo fue que, muy pronto, se apartó de sus palabras. Remedó el ejemplo del abuso de poder. Se olvidó de las promesas de honradez. Se arrogó poderes excepcionales, que condenaron al país a la tradicional falta de institucionalidad. Al abuso. A la corrupción. Fue asesinado 16 meses después. Muerte violenta para un gobernante que pudiendo haberlo hecho bien, se fue por el camino del desgobierno.
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