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El orgullo y la gratitud vencen a la pena y el dolor
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Se acaba el partido, Francia hace tiempo, demora los laterales, hace hora hasta la exasperación con los cambios. Perú apura, no se rinde, gana las divididas, todos quieren la pelota, busca por derecha e izquierda. Se la tiran a Paolo y a Jefferson. Dejan la vida en cada pelota, creen en el milagro. El reloj es inclemente, se termina el partido. Los resultados son contundentes. Dos partidos, cero goles a favor, dos en contra, cero puntos. Eliminados en el segundo partido. Durísimo, triste, increíble.
El mundo entero habla de Perú. De su impresionante hinchada, de la invasión rojiblanca en Rusia. También del equipo que tiene intensidad, un estilo, que la pone siempre en el piso, que es alegre y valiente. Que es fiel a la historia del fútbol peruano y genera orgullo. Los de Gareca nos representan, tienen identidad. El mundo nos extrañaba, volvimos pisando fuerte, no pasamos desapercibidos. No faltemos más a un Mundial. Pertenecemos a esa élite.
Habrá tiempo para analizar lo futbolístico. La falta de continuidad en el semestre de algunos jugadores fue decisiva. Otros que juegan mucho y bien demostraron que están para titulares. Algunos mostraron un gran nivel. Pero, repito, de esto habrá tiempo para discutir.
Me quiero quedar con dos aspectos: Gareca y la hinchada. El DT y su comando técnico son los responsables de habernos traído de vuelta al Mundial. Con un trabajado minucioso, detallado, obsesivo. Un equipo de más de 20 profesionales que tiene que seguir. El objetivo era Qatar 2022 y estos audaces cortaron camino y nos trajeron a Rusia 2018. Ellos también jugaron su primer Mundial, quieren revancha. Que no se demore la FPF, Gareca y su equipo deben ser la prioridad. A renovarle rápido, Gareca entiende que Perú lo necesita y él necesita a Perú, que no deje el trabajo a la mitad.
Luego, la hinchada, que empezó con esos 25 mil que en setiembre de 2016 fueron al Nacional contra Ecuador con el lema: “Vengo porque te quiero, no por la clasificación”, casi todos parte de una generación que nunca había visto a la bicolor en un Mundial. Fue tal el contagio que a Rusia vinieron 60 mil, conmovedor. El nieto creyente trajo al abuelo descreído. El hijo fanático contagió al papá escéptico. El esposo obsesivo del fútbol convenció a la esposa que lo odiaba, que había un grupo de peruanos que valía la pena seguir. Con los que había que estar en las buenas y en las malas. Porque este equipo podrá ganar o perder como le tocó esta vez, pero nunca abandona, nunca te deja solo. Logra que la enorme pena y el dolor de dos derrotas en un Mundial se transformen en orgullo y gratitud por sentirnos representados por peruanos ejemplares. ¡Arriba, Perú! Que esto sea el inicio de un viaje muy largo y hermoso, que no sea el final de un corto capítulo glorioso.
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