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Pacta sunt servanda o el caso Messi
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Messi es el mejor jugador del mundo. No sé si, en términos absolutos, el mejor de todos los tiempos. Pero en estos nos deleita con sus goles increíbles, sus pases soberbios y sus tiros libres perfectos y ajustados.
Él, o sus asesores, quisieron creer que el mundo de las obligaciones civiles puede ajustarse a su genialidad. Y se les ocurrió lo más burdo (entiendo que siguiendo consejos de terceros): comunicar por fax a su club de toda la vida que rescindía su contrato.
El error estuvo en creer que los contratos pueden ser interpretados unilateralmente. ¡Ni el mejor jugador del mundo puede hacerlo! La letra del contrato decía que este podía rescindirse unilateralmente antes de junio y le hicieron creer que, como el final de la liga española se retrasó, “junio” quedaba convertido en “setiembre”, cuando acabara la liga. Error de primero de Derecho.
Los contratos son como las leyes: obligan en sus términos, cuanto más claros, mejor. “Pacta sunt servanda”, decían los romanos. Ahí donde hay cláusulas o disposiciones interpretables, (y esta no lo era) el peor camino es el de la imposición unilateral de criterio.
Puede que Messi pecara de ingenuo al pensar que “su” club le daría carta blanca. Pero, como dicen los catalanes, y el Barza defiende a ultranza su catalanidad, “la pela es la pela”, y 700 millones de euros es una cifra demasiado codiciosa para un club al borde de la ruina. Tampoco los clubs que pretendían al astro se atrevieron a ficharlo para entrar en una maraña judicial, de consecuencias económicas incalculables.
Messi se queda a regañadientes, aunque lo pinte de fingida fidelidad. Los aficionados al Barcelona confiamos en que siga siendo “el mejor”, y que su club, escarmentado ya, le dé la oportunidad de demostrarlo. Se lo merece, la verdad.
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