Ya no causan sorpresa las decisiones que toma este Gobierno, porque son intrascendentes para los problemas álgidos que vive el país y que justamente requieren la atención inmediata. Pero al parecer van a seguir esperando el sueño de los justos, porque el país puede estar cayéndose en pedazos y lo más probable es que vamos a tener a la presidenta dando discursos furibundos para su platea, hablándonos de la lucha contra la corrupción o soltando frases cliché.
Habría que hacerle algunas precisiones a la presidenta Boluarte. Primero, no son palabras necias, al contrario, son la confirmación de denuncias periodísticas que la involucran a ella misma, y las críticas a su gestión son por su incapacidad para gobernar. Ahora, sobre los oídos sordos, habría que incluir a los ojos ciegos y hasta la pérdida del olfato y el tacto político para darse cuenta de lo evidente que es el nivel de desaprobación casi total de la población a su gestión; las encuestas no mienten.
Ha batido los récords de desaprobación de las últimas décadas de gobiernos y eso no es gratuito y mucho menos calza la justificación de por ser mujer y de procedencia andina; esto se da por su necedad y tozudez, como el hecho de mantener en el cargo al ministro del Interior, Juan José Santivañez, ante tantas denuncias, inclusive con audios que no solo lo dejan como un vulgar trepador, sino que involucran a la propia presidenta en un tinglado para instrumentalizar el poder en contra de los operadores de justicia.
En ese escenario de cuestionamientos se le ocurre hacer cambios ministeriales, en carteras intrascendentes y que han tenido a ministros decorativos, cuando el problema es de fondo y requería justamente la remoción del ministro Santiváñez y hasta del ministro de Economía, por su negligencia en el manejo de Petroperú; pero no, ha preferido mantenerlos en el cargo, darles un respaldo, cuando más bien lo que hace es arrastrar al cadalso a su propio gobierno.
Y el golpe está en la remoción del ministro de Relaciones Exteriores, Javier González-Olaechea, el engreído del fujimorismo y de la derecha cavernaria que está en este Congreso, porque eso sí ha dolido a sus ocasionales socios de la plaza Bolívar, que ahora sí están viendo apetecible tumbarse a la presidenta, por tal atrevimiento.
Si se dan cuenta, esto no es más que un acomodo permanente en el gobierno.