Como era de esperar, la reacción ante el fallecimiento del presidente Alberto Fujimori fue multitudinaria. Se hicieron presentes en su velorio personas venidas de todas las regiones del país y, al ser entrevistadas por los periodistas, el denominador común fue el de expresar agradecimiento, fundamentalmente por habernos liberado del terrorismo, pero también hubo destacadas menciones a las acciones en contra de la pobreza y por haber resuelto el conflicto con el Ecuador.
Fujimori siempre se sintió como un presidente cercano al pueblo: le gustaba el contacto con la gente; le gustaba viajar por el país y recibir directamente los requerimientos de la población. Así, por ejemplo, construyó gran cantidad de escuelas allí donde veía que fueran necesarias. A diferencia de otros gobiernos que optaron por los Consejos de Ministros descentralizados, Fujimori prefería ir solo, acompañado solo por los funcionarios necesarios para identificar y recibir directamente los pedidos de las poblaciones que visitaba.
Disfrutaba de las reuniones que se organizaban para las madres de los comedores populares (que muchas veces no atendían a poblaciones con necesidades reales, pero eran muy demandados y prestaban al Gobierno una base social y popular). En medio de las participantes de esos comedores, Fujimori se lucía haciendo bromas, disfrutando del olor a multitud.
Muchos fueron sus aciertos, muchos fueron sus errores, especialmente hacia el final de su gobierno cuando permitió que Montesinos lo aislara de quienes habían sido siempre sus colaboradores cercanos. Allí vinieron las acusaciones de corrupción y su deseo de perpetuarse en el poder, violando la constitución. Y así llegó el fin de su gobierno: en medio de escándalos.
Ya en estos días se ha dicho bastante sobre su legado, empezando por una Constitución que consagra la economía de mercado y el respeto a la propiedad privada. Una Constitución que, a pesar de haber tenido políticos de diversas tendencias en su redacción, logró poner de acuerdo a personalidades con distintas formas de pensar y tomó forma para convertirse en una herramienta promotora de la inversión y de la salida de la pobreza para millones de peruanos. Pero prueba de que la constitución no es suficiente es que ahora, con la misma Constitución de 1993, no logramos las tasas de inversión y crecimiento que permitan generar empleos y reducir la pobreza, que hoy está aumentando.
Es que la promoción de la inversión no fue mérito de una sola persona; fue el trabajo de un equipo con la anuencia de un presidente que se atrevió a tomar medidas muchas veces impopulares, asumiendo el costo político de hacerlo.
En este momento tenemos la Constitución adecuada. Nos está faltando el equipo, y no parece que este Gobierno tenga la capacidad de convocatoria ni las agallas para tomar medidas tan necesarias como difíciles. Ejemplos tenemos.