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Pecuniodependencia
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Es la palabreja que se me ocurre para caracterizar el momento económico actual. Neologismo que defino como ‘uso excesivo del dinero al que el adicto no se puede substraer’.
Resulta que, en diez años, los cinco mayores bancos centrales han aumentado la cantidad de dinero (base monetaria) de 4 a 20 billones de dólares y ahora, cual reacción nuclear en cadena, no pueden detener el engendro. Tres datos alarmantes: (1) En 1835, el presidente Jackson de EE.UU. pagó toda la deuda; tuvieron que transcurrir 171 años para que remontara, en 2007, a 9 billones de dólares; de ahí, en solo 12 años, el Estado ha añadido otros 13; (2) Toda liquidez es poca; en setiembre, la FED tuvo que inyectar decenas de miles de millones de dólares para detener subidas estrepitosas de las tasas de interés overnight; planeaban una intervención puntual, pero la inyección se ha convertido en permanente: el martes llegó a cien mil millones; (3) El miércoles, el nobel Robert Shiller dijo que ve burbujas por doquier: bolsas, bonos y bienes raíces, y añadió que ‘no hay dónde ir’ para librarse del riesgo.
O sea que no pueden parar las emisiones sin causar una hecatombe; y ¿qué se ha conseguido a cambio?: una prolongada pero raquítica expansión del PBI; un grave deterioro de la distribución del ingreso que está provocando convulsión social; un agravamiento del endeudamiento y la sobrevaluación de activos.
En 2018, lo expliqué con la siguiente sátira: aterriza un OVNI de marcianos con malas intenciones, su objetivo es provocar el caos para tomar el poder. Lo quieren conseguir de manera inteligente y no violenta, por lo que se empapan en los episodios de cambio de régimen, desde Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo hasta El gatopardo de Lampedusa. Pero ni Cortés ni Garibaldi les seducen tanto como Lenin: “Si quieres destruir el capitalismo, corrompe su moneda”.
Llegan equipados de técnicas insuperables para la falsificación de moneda; compran un banco en un paraíso fiscal, imprimen dinero a raudales y emprenden un programa masivo de compra de bonos. Pronto la presión en el mercado provoca una escalada en el precio de los bonos y, de la mano, comienzan a subir las bolsas, pues el dinero –que reciben los inversionistas al vender sus bonos– lo dedican a la compra de acciones y bienes raíces. La abundancia de dinero es tal que hasta países-y-empresas-desastre son capaces de poner la mano y conseguir empréstitos a tasas impensables.
Empresas y gobiernos se endeudan con desenfreno en el mercado de capitales. En diez años, la cartera de activos –e inyección de dinero– del Banco Marciano asciende a 16 billones de dólares. Con ello, el total de moneda en circulación aumenta de 4 billones –en moneda genuina– a 20 incluyendo la falsificada. La sobrevaloración de las bolsas excede al registro previo más alto de la historia (el de 2000) y la deuda-a-PBI rebasa la cota que –en 2008– desencadenó una terrible crisis financiera. La pecuniodependencia se retroalimenta, así que el proceso adquiere vida propia; identificada la patología, todos patean para adelante los problemas que la causan, mientras se pueda.
El proceso beneficia desproporcionadamente a los más ricos, el resto protesta y sale a manifestarse; los apparatchiks fascistas y comunistas se pelean por ‘conducir’ a las masas. Y eso que todavía ni revienta la crisis; y cuando lo haga ¿qué sigue?
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