PUBLICIDAD

Pequeñas f(r)icciones: Desafiliación: imposible

"Acudí sin pérdida de tiempo y les aseguré que jamás me había inscrito en ningún partido y, mucho menos, en Perú Libre. Me dijeron que debía conseguir un documento que acredite mis palabras, de lo contrario, por normas internas, iban a descartar el apoyo económico prometido". 

Imagen
yuri
Fecha Actualización
Escucha esta nota

Como fiel seguidor de la saga de Misión: Imposible, acudí puntualmente emocionado a la sala de cine y, luego de aprovisionarme del respectivo combo de pop corn y gaseosa helada, me hundí en la butaca M8 —no podía ser otra— para ver cómo, en esta octava y última entrega, el agente Ethan Hunt y un puñado de compañeros se las arreglan para salvar al mundo en 169 minutos exactos. Había transcurrido ya cerca de 20 —Hunt estaba averiguando cuál era la mejor y única manera de desaparecer a la “Entidad”—, cuando mi celular vibró dentro de mi bolsillo. Lamenté no haberlo apagado como solía hacerlo. Lo saqué y estaba a punto de apagarlo sin ver el mensaje, pero, como al gato, me ganó la curiosidad. “Me tomará dos segundos”, pensé, o creí que estaba pensando. Entonces, leí en la pequeña pantalla: “El proyecto se nos cae. Vente urgente. Estoy en el Starbucks”. No podía ser. Había invertido meses en aquel proyecto y hacía pocos días, por fin, había logrado, a durísimas penas, que aprueben su financiamiento. “¿Qué diablos habrá pasado?”, pensé y, peor todavía, “¿por qué justo tenía que avisarme en ese momento cuando recién empezaba el vértigo de la acción, cuando todavía me quedaban más de dos horas de película y cuando casi toda la canchita y la gaseosa estaban intactas?”.

Salí del cine entre frustrado, molesto y preocupado. Por pura casualidad, el local donde debía ir quedaba bastante cerca del cine. Y mientras caminaba las cinco cuadras que me separan de mi destino, mi mente hervía de conjeturas: “¿Alguien del directorio habrá censurado mi proyecto en el último momento? ¿Será verdad que los primeros compases del tema musical de la película se basan en el código morse?” Llegué al Starbucks y Stephanie estaba sentada en una de las mesitas del fondo. ¿”Qué pasó? ¿Cómo es eso que se nos cae el proyecto? ¿Sabías que estaba en el cine viendo Misión: Imposible?”. Ella asintió. “Claro, que lo sé. Si toda la mañana solo has estado hablando de eso. Pero me vas a disculpar. ¿O me vas a decir que para ti la película es más importante que el proyecto?”. Dudé algunos segundos, pero terminé por responderle lo obvio. “Claro que más importante es el proyecto, ¿por qué crees que dejé la película recién empezada?”. “¿Y el pop corn y la gaseosa? No me digas que los dejaste”. “No me hagas acordar”. “Pero los hubieras traído”.

“Ya, olvídate de eso y dime qué pasa con el proyecto y por qué tanta urgencia?”. Stephanie fue lo más directa posible. “El directorio dice que no puede aprobar un proyecto de alguien afiliado a un partido político”. Había escuchado claramente sus palabras, pero no las entendía en absoluto. “¿De qué hablas?”, le pregunté y me respondió con una frase que me parecía imposible de creer: “Estás afiliado a Perú Libre, el partido de Cerrón”. Yo, que seguía parado junto a la mesita desde que había llegado, tuve que tantear con mi mano la silla vacía para poder sentarme y tratar de entender qué diablos estaba pasando. “Parece que es un control de rutina que hacen en estos casos”, siguió hablando Stephanie, “y ya te imaginarás la sorpresa de todos cuando descubrieron que eres un militante de Perú Libre”. “Yo no soy militante de ningún partido, menos del partido ese”, le dije, algo exaltado y quizá levantando innecesariamente la voz. “Yo te creo, pero la verdad es que estás afiliado”. Sacó un papel de un folder que tenía sobre la mesita. El documento decía, en efecto, que estaba inscrito en el partido del lapicito, el mismo que llevó a Castillo a Palacio de Gobierno. “Y te dije que era urgente porque me pidieron que vayas enseguida a ver al directorio. Y, bueno, yo pensé que lo mejor era avisarte sin pérdida de tiempo”.

Acudí sin pérdida de tiempo y les aseguré que jamás me había inscrito en ningún partido y, mucho menos, en Perú Libre. Me dijeron que debía conseguir un documento que acredite mis palabras, de lo contrario, por normas internas, iban a descartar el apoyo económico prometido. “Tienes una semana”, me dijeron. Salí del lugar pensando que esa falsa afiliación no había sido casual, que algo o alguien estaba tratando de evitar que el proyecto salga a la luz. Imaginé que Hunt sintió —debió haber sentido— lo mismo cada vez que sus enemigos intentaron incriminarlo. Mi misión, si decidía aceptarla, era desafiliarme cuanto antes del partido de Cerrón.

“Si renuncias al partido el trámite es al toque. De un día para otro”, me explicó Armando, mi amigo experto en temas electorales, “eso sí. Quedas registrado como que alguna vez perteneciste a Perú Libre”. “Pero eso no es verdad. No. No voy a hacer eso”. “Bueno, entonces solo te queda denunciar que fuiste afiliado indebidamente. Presentar la denuncia es relativamente sencillo y rápido. El problema es que tienes que esperar por lo menos tres días hábiles para la respuesta”. “¿Como que para la respuesta? ¿Acaso es posible que me nieguen la desafiliación?”. “Sí, claro. El partido puede insistir en que te has inscrito y que la firma que está ahí es tuya”. Un fuerte hincón me dio en algún lugar de mi cabeza. “¿Y qué pasa si eso ocurre?”, le pregunté, y con temor agregué, “por favor, no me digas que esto termina en un juicio interminable”. “No tanto, pero si el partido insiste, vas a tener que presentar un documento notariado y un peritaje grafotécnico. El notario no te cobra mucho, algo de 100 soles, pero el perito sí puede salirte carito, algo de 1,000 soles”.

La desafiliación no fue sencilla, pero logré conseguirla —como ocurre en las películas de Misión:Imposible—, justo a tiempo. Una semana después, volví al cine. Hundido en la butaca M8, emocionado y debidamente premunido del imprescindible combo de pop corn y gaseosa helada, estaba listo para ver —ahora sí, por fin, finalmente— la lucha épica que Hunt y su equipo emprenden para destruir a la, en apariencia, indestructible “Entidad”, de preferencia antes de que esta los aniquile a ellos y, de paso, a toda la humanidad. Ya estaba acercándome al momento en que la semana pasada había abandonado la película, cuando, de pronto, el celular vibró. Lo saqué solo con la intención —ahora sí— de apagarlo, pero, otra vez la curiosidad felina me traicionó. El mensaje decía: “Tengo que verte con urgencia. ¿Sabías que también estás afiliado al partido de José Luna”. Me puse de pie, miré el ecran y maldije a la “Entidad”. Seguro que estaba involucrada en esto. Acepté mi nueva misión y salí raudo del cine. Eso sí —no me pasa dos veces—, me llevé el pop corn y la gaseosa. Tom Cruise hubiera hecho lo mismo, ¿no?  

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD