Mucho se ha hablado sobre la salida del expremier Gustavo Adrianzén, quizá, a estas alturas, bastante más de lo debido. Sin embargo, todavía hay un aspecto poco explorado: ¿qué tanto afectó este hecho político a la relación personal entre Dina Boluarte y el expresidente del Consejo de Ministros? En tal sentido, el acceso que hemos tenido al intercambio de correos electrónicos realizado entre ambos protagonistas resulta de lo más decidor. Y, aunque por motivos de seguridad, hemos decidido suprimir las direcciones y los detalles adicionales de los e-mails, sí mostramos, en cambio, el contenido en su cruda integridad.
Querido Gustavo:
He pensado mucho antes de escribirte esta carta (pero con una pastilla se me pasa el dolor de cabeza). En primer lugar, te preguntarás por qué, en lugar de convocarte a Palacio de Gobierno o de llamarte a tu celular, prefiero darte la noticia por esta vía que, seguramente, es la forma más impersonal de todas. Te podría dar mil explicaciones, todas absurdas, como las que suelo darle a los periodistas, eso cuando me da la gana de hacerlo. Pero no haré eso contigo, Gustavo. Aunque no lo creas, te respeto. Y por eso te digo la verdad: utilizo esta forma de comunicación porque me muero de vergüenza —sí, yo sé que pensabas que no tenía— de decirte lo que tengo que decirte y que todavía sigo sin decirte. Claro, supongo que a estas alturas tú, que eres tan inteligente —pese a que más de una vez te hice saber mis dudas al respecto—, ya debes saber qué se esconde detrás de tantas vueltas, detrás de tantas palabras, detrás de tanto rollo. Pero, por si acaso, mejor te lo diré de frente —o sea, todo lo de frente que se puede ser a través de un correo— y te lo diré sin rodeos —aunque ya sabemos que para llegar a este punto he dado mil rodeos—. Ahí te va la noticia: voy a aceptar la renuncia. ¿Cuál? La que me tienes que enviar después de leer este correo.
Saludos,
Dina
PD: Ah, me olvidaba. Por favor, déjale las llaves de la PCM al vigilante.
Estimada señora presidenta:
Le escribo este correo no solo para responderle mediante la misma vía, sino, sobre todo, porque me ha dejado en visto en mis mensajes de WhatsApp, no ha contestado ni una sola de mis reiteradas llamadas, ni me ha querido recibir todas las veces que he ido a verla, incluso mandándome a decir que no se encontraba en Palacio de Gobierno y que volvería a recibirme cuando la inseguridad ciudadana sea un mal recuerdo. Como comprenderá, para mí ha sido una ingrata sorpresa enterarme de que usted ha aceptado una renuncia que todavía no he presentado y que, la verdad, tampoco quisiera presentar. Yo creo, señora presidenta, que alguien —yo sospecho que alguien vestido de naranja— debe haberle empujado a tomar una decisión que, sin duda, le va a hacer daño al Gobierno, a los peruanos y a mi cuenta bancaria. Sin embargo, para demostrar mi lealtad, mi obediencia y mi compromiso con usted, voy a tomar las cosas con calma y le voy a dar la oportunidad de enmendar su error. Voy a hacer de cuenta que no he leído su correo. Es evidente que usted me está subestimando. Mi presencia en su gobierno es indispensable. Así que olvidémonos de este suceso tan penoso. Aquí no pasó nada y sigamos llevando al país hacia adelante, o hacia donde sea que lo estamos llevando.
Atentamente,
Gustavo
PD: De todas maneras nos vamos al Vaticano, ¿no?
Gustavo:
Si por algo debo disculparme es por no haber tenido la fortaleza de carácter para despedirte en persona, pero, como no me ha gustado el tono de tu respuesta, ni por eso me voy a disculpar. A fin de cuentas, a quien el pueblo eligió fue a mí y no a ti. Claro, es verdad que exactamente a mí tampoco me eligió como presidenta. A mí me eligió, eso sí, para vicepresidenta, o sea, dicho de otro modo, me eligió para que no sea presidenta. Caracho, creo que me he confundido. Lo que he querido decir es que la manda en este país soy yo. Bueno, Keiko y yo, bueno, Keiko y después yo. Mira, Gustavo, mejor te lo digo de la forma más clara posible: yo tengo el derecho de sacarte de la Presidencia del Consejo de Ministros cuando quiera y ahora es cuando quiero hacerlo. Claro, eso no quita que esté muy agradecida contigo por las veces que has tenido que arreglar mis declaraciones, explicar las metidas de pata que he tenido y maquillar nuestras ineficiencias. Por eso, Gustavo, te agradezco. Sin embargo, pese a todo, te reitero mi pedido. Presenta tu renuncia hoy mismo.
Cariños a la familia,
Dina
PD: He dicho hoy mismo.
Presidenta:
Qué pena ver que te falta personalidad y que te dejes llevar por lo que el fujimorismo quiere. Hubiera sido mucho mejor que te dejes llevar por lo que yo quería. ¿Y qué quería? Nada del otro mundo. Solo mantenerme en el cargo y seguir lanzando a la prensa mi mirada felina y seductora hasta que llegue el final del gobierno en julio de 2026, aunque ahora, por mí que se termine mucho antes. Igual me da. Y no te preocupes, en este mismo instante voy a redactar mi renuncia. Y no va a ser una renuncia escandalosa. Voy a seguir los términos clásicos e hipócritas que suelen usar en estos casos. Diré que agradezco tu confianza, que me voy agradecido por la oportunidad de servir al país y un par de sonseras más.
Gustavo
PD: Sí, ahora te tuteo, ¿algún problema con eso?
Expremier:
Acabo de recibir tu renuncia en mi despacho. Te agradezco por haber comprendido que tu deber era obedecer y punto. Sin embargo, me llamó mucho la atención que no hayas puesto que tu renuncia era irrevocable. Conociéndote, me queda claro que no fue un olvido, sino un último intento de aferrarte al cargo. Lamento decirte que es un truco viejo que no va a funcionar. Respecto al resto del gabinete, no te preocupes por ellos, voy a renovarles la confianza a casi todos. Seguro te preguntarás quién es tu reemplazo. Sí, adivinaste. Va a ser Arana. Justo ese que pensabas que te estaba serruchando el piso. Bueno, Gustavo, una pena que hayamos terminado tan distanciados.
Dina.
PD: Te confieso algo: me hubiera gustado darte otro cargo en el gobierno.
Estimada señora presidenta:
Errar es de humanos y yo soy tan humano como cualquiera. No sé qué me pasó. Sin duda tuve una reacción desmedida y actué de una manera que ahora me avergüenza. En ese sentido, le pido encarecidamente que acepte mis más sinceras y sentidas disculpas. Usted tiene en mí a su más seguro servidor. Que los peruanos se iluminen y logren reconocer la abnegada, sacrificada y desinteresada labor que usted hace por ellos, por nosotros. Que Dios la bendiga.
Un abrazo,
Gustavo
PD: ¿De qué cargo estamos hablando?