Partamos de una premisa: la presidenta Dina Boluarte merece que le dupliquen el sueldo. Ya está. Tenía que decirse y se dijo. No hay que ser mezquinos. Ahora—, la real, profunda y verdadera incógnita es en qué se basa tan oneroso merecimiento, cómo surgió tan oportuna ocurrencia. Para tal efecto, echemos una mirada indiscreta a lo que aconteció hace algunas semanas en el despacho presidencial.
—Gustavo, te mandé a llamar porque quería hacerte una consulta.
—La que quiera, señora presidenta —respondió Adrianzén—. Estoy para servirla.
—Eso ya lo sé.
Ambos funcionarios estaban sentados, frente a frente, a solo un par de metros de distancia. En tanto, a un metro de ellos, un chorro de luz ingresaba por la ventana
—Es sobre un tema en el que debemos actuar enseguida —continuó Boluarte—. Te comento. El otro día me reuní con el jefe de la ONP.
—¿ONP?
—Sí, la ONP, la Oficina de Normalización Previsional, la que se encarga de las pensiones.
—Claro, ya me acordé.
—Ay, Gustavo. A veces no sé cómo te mantienes en el cargo siendo tan limitado.
—Igualito que usted.
—¿Cómo que igual que yo?
—Quiero decir que, igual que usted, tampoco sé cómo me mantengo.
Los ojos compasivos de la presidenta se posaron en Adrianzén.
—Bueno, Gustavo, dejemos este tipo de cosas para después. Te estaba hablando de la necesidad de actuar enseguida.
—No le entiendo.
—A ver, te dije que había estado hablando con Bringas.
—¿Quién es Bringas?
—El jefe de la ONP.
—Ah, sí, claro.
—Entonces…
—No me diga más. Ya sé para qué me llamó. Quiere ver cómo se puede mejorar el tema de las pensiones. Eso habla muy bien de usted, señora presidenta. No muchos piensan en nuestros adultos mayores.
Una especie de hipo motivó que, de pronto, los hombros de Boluarte se elevaran y descendieran. Todo en un solo movimiento.
—En realidad, el tema no va por ahí.
—¿Entonces?
—Si me escuchas, me vas a entender.
Adrianzén hizo una mueca de fastidio. En seguida, aligeró sus facciones y, tras dibujar una sonrisa en su rostro, quedó en silencio, en espera de las palabras de Boluarte.
—¿Sabes cuánto gana Bringas?
—Mmm, bueno, como alto funcionario debe estar ganando alrededor de 25 mil soles, quizá un poco más.
—¿Y sabes cuánto gano yo?
Sin querer, Adrianzén movió su cuerpo hacia atrás. Esbozo una sonrisa incipiente y no respondió. Creyó que era solo una pregunta retórica.
—Gustavo —insistió la presidenta—, te he hecho una pregunta.
—Usted gana 15 mil soles —dijo, contrariado.
—¿Me puedes explicar qué significa eso?
—Significa que Bringas gana más que usted.
—Ya, ¿y eso por qué?
Un leve rubor apareció en las mejillas de Adrianzén. ¿Por qué de pronto Boluarte estaba tan interesada en remarcar aquello que ya sabía? El premier no sabía bien qué tipo de respuesta estaba buscando la presidenta.
—Bueno, señora presidenta, entiendo que los altos funcionarios ganan así porque es una manera de atraerlos, de sacarlos de la actividad privada.
—¿Y acaso la presidenta no es también una alta funcionaria?
—Pues sí.
—Es más, ¿acaso no solo es una alta funcionaria, sino que es la más alta de todas y de todos?
—Pues sí.
—¿Acaso hay alguien que esté por encima de mí?
—¿El pueblo?
—Te estoy hablando en serio, Gustavo.
Adrianzén se reacomodó en el asiento. La pierna izquierda se estaba empezando a adormecer.
—Pues no, señora presidenta. No hay ningún funcionario ni funcionaria que esté por encima de usted. Eso es definitivo.
Boluarte se inclinó hacia adelante. Un brillo apareció en sus ojos.
—¿Y no te parece injusto que yo gane menos?
—Totalmente injusto.
—¿No crees que debería ganar igual o más que todos?
—Sin ninguna duda. Usted debería ganar más, mucho más.
—¿Y qué vamos a hacer entonces para remediar esta injusticia?
—Nada, señora presidente, no vamos a hacer nada.
Una sombra cayó de golpe sobre el rostro de Boluarte. Si su rostro estuviera menos afirmado, se notarían las huellas de la amargura.
—¿Qué dices? ¿Que no vamos a hacer nada?
—Es que es la verdad. Podríamos tomar la iniciativa y pedirle un informe al MEF para ver qué tan viable es subirle el sueldo.
—¿Subirme el sueldo? Yo no quiero subirme el sueldo. Yo quiero duplicarlo.
Los ojos de Adrianzén parecieron querer salir de sus cuencas.
—¿Quiere duplicar su sueldo?
—Sí, ¿por qué? ¿Acaso crees que no lo merezco?
Adrianzén se mordió la lengua. Esa sí, de todas maneras, era una pregunta tramposa.
—Por supuesto que usted se merece eso y más. Y, como le estaba diciendo, seguro que el MEF aprueba nuestro pedido.
—¿Y entonces cuál es el problema?
—¿No ve ningún problema en duplicarse el sueldo?
—No.
—Bueno, ese es el problema.
Boluarte suspiró profundamente, para calmarse. Sin embargo, los dedos de su mano no dejaban de moverse.
—Déjeme explicarle, señora presidenta. El problema es el sentido de la oportunidad, el momento. Con todo lo que está pasando en el país, empezando por la inseguridad, se va a ver como una enorme frivolidad, va a parecer que no le importa lo que le pasa a los peruanos.
—Caracho, si voy a esperar que la situación mejore…
—En todo caso, es lo que yo le recomiendo, pero depende de usted.
Boluarte quedó en silencio. Adquirió una pose de gran pensandor y, como si hubiera logrado solucionar un gran dilema, asintió con la cabeza.
—Tienes razón, Gustavo. Es un pésimo momento para pedir que me dupliquen el sueldo, pese a que me lo merezco.
—Eso no está en discusión, señora presidenta. ¿Entonces definitivamente no va a pedir ningún tipo de aumento?
—No, si lo hago mi aprobación se irá al suelo, más todavía.
—La felicito. Ha tomado una sabia decisión.
—Ahora el que va a pedir que dupliquen mi sueldo eres tú.
—¿Yo?
—Exacto. Ya tú ves qué explicación le das a la prensa cuando se enteren. La cosa es que quede bien claro que el pedido nació de ti.
—Pero el pedido no nació de mí. Al contrario, debió morir en mí.
Boluarte sonrió. Más que una risa alegre, parecía siniestra.
—¿Cuánto ganas tú, Gustavo?
—30 mil soles.
—¿Sabes qué me daría algo de popularidad? Rebajar a la mitad el sueldo a todos los ministros, incluyéndote a ti. ¿Qué opinas?
—Opino que voy a pedirle al MEF que haga un informe sobre la necesidad de duplicarle el sueldo a usted, señora presidenta.
Finalmente, más allá de que la iniciativa la haya tomado la Presidencia del Consejo de Ministros o Palacio de Gobierno, lo cierto es que Dina Boluarte ha hecho casi lo imposible: encontrar una nueva manera de demostrar su interminable desprecio por el ciudadano y, al mismo tiempo, su olímpica capacidad para vivir en una realidad paralela. Sin embargo, no hay que perder la ilusión. Solo faltan alrededor de 14 meses para que nos deje, lo que, en términos boluartenses, equivaldría a 500 mil soles. Una ganga.
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