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Pequeñas f(r)icciones: Duelo de titanes

"Quero llegó puntual a la residencia del gobernador regional de La Libertad. Ni bien ingresó, aparte de quedar sorprendido por el tamaño y los lujos que iba encontrando, le pareció extraña la ausencia de los demás invitados"

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duelo de titanes yuri
Columna por Yuri Rodríguez. (Foto: Composición)
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Morgan Quero asomó la mirada a través de la ventanilla del avión y sonrió: le divertía que la nave parezca estar flotando sobre un banco de algodones gordos y blancos. Estaba de muy buen ánimo. Y no era para menos. Hace poco más de un año era un funcionario anónimo, uno de tantos que conforman esa masa estatal llamada burocracia. Ahora, en cambio, era una figura reconocida: era el ministro de Educación. Bien visto, se encontraba en la cumbre de su vida profesional. Por ello, no se sorprendió cuando la Universidad César Vallejo lo invitó a Trujillo para otorgarle el doctorado honoris causa. La vida, por fin, le estaba dando lo que merecía.

Tras llegar a tierras trujillanas al mediodía, Quero se registró en el hotel. La ceremonia estaba programada para las cinco de la tarde. Sin embargo, el ministro de Educación no tenía planeado quedarse a esperar en su habitación. En Lima, minutos después de que llegara la invitación para el honoris causa, había recibido una llamada de César Acuña pidiéndole que, por favor, apenas llegue a Trujillo asista a su casa porque había organizado un almuerzo en su nombre.

Quero llegó puntual a la residencia del gobernador regional de La Libertad. Ni bien ingresó, aparte de quedar sorprendido por el tamaño y los lujos que iba encontrando, le pareció extraña la ausencia de los demás invitados. Entonces, apareció Acuña y lo saludó con una tremenda sonrisa, de esas que estampaba en su rostro en épocas de campaña. Antes de sentarse en el comedor, Quero no pudo más con la curiosidad. “Don César…”, empezó a decir, pero en el acto fue interrumpido: “Ya pues, Morgan, estamos en confianza. Nada de don César, César nomás, a secas”.

—Bueno, César. Perdona, pero tengo una duda que me tiene rondando desde que entré. No lo tomes a mal, pero cuando me dijiste que era un almuerzo en mi nombre, ya sabes, pensé que iba a encontrar más gente.

—Ah, por eso no te preocupes. La verdad es que no quise invitar a nadie más porque quería tratar un tema contigo. Algo muy confidencial.

Las cejas de Quero se arquearon durante unos segundos y una repentina pesadez se asentó en su cuerpo.

—¿De qué se trata? —preguntó casi sin voluntad. Algo le decía que, en el fondo, no quería saber la respuesta.

—Después, Morgan. Vamos a almorzar, hagamos una pequeña sobremesa y luego te cuento.

Morgan asintió, como si no le importara, pero la ansiedad lo carcomía por dentro. Entonces, mientras comía mecánicamente y con movimientos de cabeza le seguía el amén a su anfitrión, una sospecha se formó en su mente: “¿Y si ese asunto del honoris causa era solo una excusa para traerme hasta aquí?”. Luego de terminar de comer, Acuña llevó a Quero a su estudio. Una vez sentados frente a frente, Acuña tomó la palabra.

—Me dicen que has estudiado en México y en Francia.

—Este…, sí.

—Hasta tienes un doctorado, ¿no?

—Sí, tengo un doctorado, pero no entiendo. ¿Me está evaluando para ver si tengo las calificaciones suficientes para que me den el honoris causa? ¿Eso es?

Acuña miró a Quero, aunque más parecía estudiarlo. Luego, sin decir una palabra, se puso de pie y caminó hasta el escritorio. Cogió el diario que estaba sobre la superficie de madera y regresó a su lugar.

—César, te he hecho una pregunta —preguntó Quero, sin lograr ocultar el tono de disgusto que tenía su voz.

—Cálmate, Morgan. Ahora vas a entender todo.

Apenas dijo esto, Acuña abrió el periódico, lo dobló en una de las hojas y se lo alcanzó al ministro.

—Lee ahí, toda esa parte que está resaltada.

Quero estaba a punto de ponerse de pie e irse, pero la curiosidad se lo impidió. Además, después de todo, se trataba de uno de los principales aliados del Gobierno. Recibió el diario y sus ojos empezaron a recorrer el texto señalado. Era el primer párrafo de una editorial titulada: “Morgan Quero, ¿el nuevo Acuña?”.

“En medio de la grisura ministerial, y cuando nadie esperaba que algún funcionario del Gobierno supere la sempiterna y acostumbrada medianía, la figura de Morgan Quero —impulsada por sus frases célebres— se agiganta y alcanza cimas casi inaccesibles, alturas de vértigo a las que antes solo había podido llegar una mente como la de César Acuña. ¿El ministro de Educación ha superado al líder de Alianza para el Progreso? Si no lo ha hecho aún, va por buen camino”.

Quero terminó de leer y, algo aliviado, le devolvió el diario a Acuña.

—¿De esto se trata todo? ¿Estás celoso o algo así?

—Mira, Morgan, no se trata de celo, sino de prestigio. ¿Me entiendes?

—Para nada.

Acuña extrajo entonces un papel del bolsillo, le dio una mirada y, acto seguido, leyó en voz alta: “El abuso sexual es una práctica cultural”. “Los derechos humanos no son para las ratas”. “Para enseñar inglés no se requiere profesores de inglés”. “¡Que viva el autismo!”.

—Vamos, César. ¿Crees que eres el más indicado para criticarme por las cosas que digo?

—Por supuesto, yo soy el más indicado. Te estás metiendo en mi campo.

Quero se pasó la mano por la frente sin articular ninguna palabra.

—Te explico, Morgan. Yo no puedo creer que digas esas cosas tan absurdas, tan fuera de lugar, tan indignantes por pura casualidad. Apuesto a que todo es parte de una estrategia para desviar la atención de la prensa y que se fijen más en ti que en la presidenta. Pero no te culpo, al contrario, felicito tu lealtad de perrito faldero. No te importa quedar como un verdadero animal con tal de proteger al Gobierno.

—Si me dice exactamente qué me quiere decir, sería mucho mejor.

—Mira, yo soy una persona muy competitiva. ¿Me entiendes? Y me gusta ser el mejor en todo, hasta en lo malo. Años me ha costado que la gente me agarre cariño por las tonterías que, de vez en cuando, se me salen.

El ministro de Educación levantó el mentón y observó con verdadero interés al gobernador regional de La Libertad.

—Si te entiendo bien, ¿quieres que deje de decir ese tipo de cosas para que la gente no me compare contigo?

—Exacto.

—Lo siento, César, pero te estás confundiendo. Esas frases no han sido preparadas, las he dicho porque así pienso yo, así me salen también a mí.

De regreso a Lima, Morgan Quero volvió a mirar por la ventanilla, pero esta vez solo encontró tinieblas: parecía que alguien, a punta de brochazos de pintura negra, había espantado a las nubes del día. Ahora, sentía que el avión se deslizaba sobre un fango oscuro, pastoso y triste. La ceremonia en la universidad se canceló por “motivos de fuerza mayor”. Tampoco había que darle tanta importancia. Doctor honoris causa significa “por causa de honor”. De todas maneras, no calzaba del todo bien con él.

 

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