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Pequeñas f(r)icciones: “Mark al descubierto”
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Pese a que, año tras año, mi familia y mis amigos me conminaban a que asista a ese lugar llamado gimnasio, nunca siquiera lo consideré. Sin embargo, cuando Mónica, mi linda vecina, me sugirió que vaya a ejercitarme donde ella lo hacía, de pronto, como una revelación divina, comprendí la importancia de la actividad física y decidí seguir su consejo. Supongo que hay que saber pedir las cosas.
A la mañana siguiente, llegué al gimnasio. Apenas ingresé, la recepcionista me ofreció uno de los planes mensuales y opté por el más completo. Solo para poder contárselo a Mónica.
-En unos momentos, le envío a su instructor. Mientras tanto, podría empezar con la caminadora.
Era una máquina enorme. Me subí a ella y presioné el único botón que se me hacía familiar: Inicio. Mis pies empezaron a moverse sin mucha coordinación. De súbito, una mano extraña apareció, presionó otro botón y la máquina se detuvo.
-Houla -me dijo-. Mi ser tu instructour.
Increíble. La persona encargada de crear y supervisar mi rutina de ejercicios era Mark Vito, el exesposo de Keiko y actual figura recurrente de las redes sociales.
-Nou puedes creer que you siendo tu instructour -me dijo, al ver que lo observaba sorprendido.
-No -le respondí con sinceridad-. Lo que no puedo creer es que estés trabajando.
Vito, con su infinita sabiduría, me explicó entonces los complicados y enrevesados fundamentos para poder utilizar la caminadora.
-Pounes un pie, luegou el otro -me dijo, satisfecho y yo empecé a caminar sobre la faja.
-Hazte 20 minutous. You regresou.
Mientras daba pasos sobre la faja, lamentaba mi infortunio. De todos los gimnasios de Lima, justo a Mónica se le ocurre inscribirse en este. Y, peor, de todos los instructores de este local, me asignan a Vito. En esas estaba cuando, de golpe, llegó Mónica, tan linda como siempre.
-Vaya, qué bueno que hayas venido.
-Sí, creo que ya es momento de empezar a cuidarse.
-Ya vi quién te tocó de instructor.
-Sí, ¿puedes creerlo? Justo encontrarlo aquí.
Mónica inclinó la cabeza a un lado.
-La verdad es que yo me inscribí por él.
Intenté detenerme, pero me enredé y sentí que me iba a tropezar conmigo mismo. Rápidamente volví a recuperar el paso.
-No te creo -le dije, aunque, muy a mi pesar, siempre le creía todo-. ¿En serio te metiste aquí solo por él?
-Sí, bueno, el gimnasio tampoco está mal.
-No, tampoco.
-Ahorita regreso -me dijo.
Entonces, gracias al enorme espejo que estaba delante de mí, pude observar hacia dónde iba. Y sí, iba a conversar con mi flamante instructor. Y así, mientras yo seguía caminando sobre la faja, comprendí el absurdo de mi situación. Para tal caso, mejor me hubiera quedado en casa: estaría tomando mi opíparo desayuno en cama, mientras reviso las noticias en la laptop.
Cuando vi que Vito se reía y ella se alisaba los cabellos y le devolvía la sonrisa, todo al mismo tiempo, decidí actuar. Busqué el botón que Vito había apretado para detener la máquina y lo presioné. Entonces bajé de la faja y puse mis pies en el suelo. Nota mental: nunca jamás volver a hacer eso. Al parecer, existe algún principio de la Física que indica que si un objeto sigue en movimiento continuo -mis piernas- y hace contacto con una superficie en reposo -el suelo-, se genera un conflicto dinámico que produce una enorme contrafuerza o, en este caso, un brutal contrasuelazo -el mío-.
No fue lo que había planeado, pero funcionó: Vito y Mónica, que ya no era tan linda, dejaron de conversar y corrieron a ayudarme. Para conservar la dignidad, me apresuré en levantarme solo. Cuando llegaron, yo ya estaba de pie y en actitud de aquí no ha pasado nada.
-Ten cuidadou. Debes hacerlou despaciou para que las piernas vayan perdiendou el mouvimientou.
Mónica se detuvo a mi lado y, casi sin querer, apoyó su mano en mi hombro.
-¿Estás bien?
-Sí, claro, todo bien. No te preocupes.
-Qué bueno -me dijo y luego agregó-. ¿No sabes? Mark también va a ser mi instructor.
-¿Pero ya no tienes un instructor? -pregunté yo.
-Sí, pero me han hablado tan bien de él -dijo, mirándolo.
Un murmullo creciente nos hizo girar nuestras cabezas hacia la puerta. Vimos cómo un camarógrafo y una reportera ingresaron y llegaron hasta donde estábamos nosotros. Saludaron todos a Vito e intercambiaron unas palabras con él. Luego, la reportera, exultante, con el micrófono en ristre, me preguntó:
-¿Qué se siente tener como instructor al gran Mark Vito?
Observé con detenimiento al camarógrafo, a la reportera, a Mónica y, sobre todo, a Vito, que sonreía a plenitud. Y, entonces, no pude resistirme más. Respiré hondo, calibré con rigurosa exactitud el misil tierra-Mark y lo lancé.
-¿Ustedes sabían que la Fiscalía ha pedido 22 de años de prisión para este señor?
Si existiera un control remoto universal de nuestras vidas, alguien, en ese instante, le puso ‘mute’. Todos nos miramos a todos. Vito me lanzó una mirada asesina, muy distinta de aquella que suele impostar en público.
-¿Eso es cierto? -preguntó Mónica, tras varios segundos de tensión.
-Todou es una persecucióun poulítica.
La reportera me retiró el micro y pidió al camarógrafo que deje de grabar.
-¿Por qué dices esas cosas? -me preguntó.
-Porque es la verdad.
-Puede ser, pero eso es política y a la gente que ve nuestro programa no le interesa la política.
-Ya, pero, ¿a ustedes no les importa darle publicidad?
-A nosotros lo que nos importa es que la gente nos vea. Y Mark vende.
Me alejé del grupo pensando que nunca más regresaría a ese gimnasio. Llegué hasta la recepción y desde ahí pude ver que la reportera, ya con la cámara encendida otra vez, le hizo a Mónica la misma pregunta que me había hecho. Ella, que ya había dejado de ser linda, sonrió y, sin titubear, le dijo a la cámara, al país entero, que era un honor tener a Vito de instructor.
Parado ahí, me quedé pensando: ¿cómo es posible que los valores se hayan trastocado tanto en nuestra sociedad?, ¿cómo un investigado por lavado de activos se ha podido convertir, tras un repentino crecimiento capilar y muscular, en el hombre mediático del momento? Y, sin embargo, había una interrogante que me laceraba más todavía: ¿cómo haré para que me devuelvan el dinero de la inscripción?
El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!
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