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Pequeñas f(r)icciones: Ollanta, el último romántico

"Ella me aseguró que no le disgustaba la idea de ser primera dama, pero que, por mi bien, debía dejar de obedecer ciegamente a mi padre".

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ollanta el ultimo romantico yuri
Columna por Yuri Rodríguez. (Foto: Difusión)
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¿Qué pasó con Ollanta Humala? ¿Cuándo torció el camino el ‘capitán Carlos’? O, en términos vargasllosianos, ¿en qué momento se jodió? ¿Tuvo que ver, en cierta forma, la férrea, absurda y chauvinista influencia paterna? ¿Fue, acaso, la tentación del dinero? ¿O, quizá, ha sido el amor inagotable que profesa por Nadine Heredia, hoy asilada en Brasil, la génesis de su desgracia? No pretendemos resolver el misterio, sin embargo, si en algo ayuda, compartimos un extracto de las memorias que el expresidente ha estado redactando en las últimas semanas.

DE LA CUNA AL EJÉRCITO

“Tú serás presidente”, me dijo un día mi padre. Para ser sincero, no me sorprendió tanto porque lo hizo justo después de haber ganado las elecciones. Sin embargo, tengo que admitir que ya me lo había dicho muchos años antes, durante mi niñez. Recuerdo que quedé muy conmovido. Me sentí importante, predestinado, único. Sin embargo, luego escuché que le dijo lo mismo a mis hermanos Antauro y Ulises. Mi padre solo quería que uno de nosotros —cualquiera— llegue a Palacio de Gobierno y que el país salga adelante: una de dos.

Como fiel seguidor del nacionalismo, nos matriculó en el colegio Peruano-Japonés. Tiempo después, tal y como estaba planeado, Antauro y yo ingresamos al Ejército (Ulises no dio la talla para ser militar, ni siquiera por sus zapatos de plataforma). En ese entonces, mi padre nos explicó que se puede llegar al poder por las buenas o por las malas, aunque nos confesó que por las malas era más divertido. Además, nos dio largas y sesudas lecciones sobre algo que llamó etnocacerismo. No fue sencillo, pero terminamos por comprenderlo: es un concepto que involucra la raza, el nacionalismo y a Cáceres, el señor que vendía tamales en la esquina. ¡Buenazos!

EL AMOR Y LOCUMBA

Conocí a Nadine una contradictoria tarde fría de verano. Desde el principio, le dije que iba a ser presidente, a como dé lugar, porque así lo quería mi padre. Ella me aseguró que no le disgustaba la idea de ser primera dama, pero que, por mi bien, debía dejar de obedecer ciegamente a mi padre. “Ahora me tienes a mí”, me explicó. Luego, cuando nos casamos, me prometió que estaría conmigo hasta que la muerte nos separe o hasta que nos condenen por lavado de activos: lo que ocurra primero.

Al poco tiempo, por fin había llegado el momento de levantarme en armas. Lo supe por las palabras de Nadine: “Ollanta, llegó el momento de que te levantes en armas”. Sin pérdida de tiempo, le avisé a mi hermano Antauro y, junto con medio centenar de soldados, nos fuimos a Locumba. En seguida, lanzamos nuestra demanda: “Exigimos a Alberto Fujimori que convoque a nuevas elecciones y que anuncie que no va a participar en ellas”. Pero resulta que Fujimori ya había convocado a nuevas elecciones y ya había anunciado que no iba a participar de ellas (es lo malo de no tener Internet). Lo peor de todo es que nuestro levantamiento sirvió como distracción para que, ese mismo día, Montesinos se escape en un velero. De nada, Vladi.

EL ANDAHUAYLAZO Y EL PRIMER INTENTO

El tiempo pasó y terminé como agregado militar en Corea del Sur. Nadine y yo estábamos de lo más bien allá hasta que recibí la llamada de Antauro. Me contó que estaba de lo más aburrido y estaba pensando en hacer otro levantamiento, esta vez en Andahuaylas. Yo lo alenté. Total, si le iba bien, me iba a nombrar presidente. Y si le iba mal, me lavaba las manos como hizo el piloto ese hace mil años. Antauro puso una fecha y me pidió que regrese al Perú. Yo le dije que me hubiera encantado acompañarlo en esa gesta histórica, pero ese mismo día tenía cita con el dentista. Todo terminó de la peor manera. Antauro fue encarcelado y a mí me encontraron una caries. Terrible.

Pocos meses después de fundir a mi hermano, fundamos, por consejo de Nadine, el Partido Nacionalista Peruano. Ahí mismo, lancé mi candidatura presidencial. También por recomendación de Nadine, nos contactamos con Hugo Chávez y, gracias a él, recibimos muchísimo dinero. Mi preocupación era cómo distribuirlo. Felizmente, Nadine fue muy eficiente en su administración: incluso en ocasiones quedaba algo para la campaña. Debo admitir que nos fue mejor de lo esperado. Incluso pasamos a la segunda vuelta contra Alan García. Yo estaba feliz. ¿Quién iba a votar por García después del desastre que hizo en su gobierno? La respuesta: varios millones de peruanos. ¿Dónde está el fraude cuando se le necesita?

PALACIO, POR FIN

Para las siguientes elecciones cambiamos el joropo por la samba. Así nos hicimos amigos de Lula y, por intermedio de Odebrecht, recibimos todavía más recursos que la campaña anterior. No habíamos terminado de gastar el dinero de Venezuela y ya estábamos recibiendo el de Brasil. ¿Qué hacer con tanta plata? Ya me habían dicho que hacer política no iba a ser fácil. Volvimos a pasar a la segunda vuelta y esta vez contra Keiko. Fue lo mejor que nos pudo haber pasado. De repente me convertí en el garante de una cosa a la que le dicen democracia (mi padre la llama de otra manera). El caso es que gané. Por fin, Nadine iba a poder gobernar.

Ya en Palacio de Gobierno sufrimos el triste espectáculo del machismo. Desde el primer día, criticaron a Nadine. No le perdonaron la gracia y la firmeza que naturalmente irradiaba. Por fortuna, ella no perdió el tiempo en responder las injurias. En cambio, con visión de estadista, se dedicó durante los cinco años de gobierno a un tema tan importante como la inclusión social. Que la única inclusión social que logró haya sido la suya no tiene nada de malo. ¿Acaso no salió linda en la portada de “Cosas”?

Hasta aquí el extracto. No sé a ustedes, pero a nosotros no nos ha aclarado nada. A continuación, cambiando el tono, el tema y el sentimiento, nuestro pequeñísimo e insuficiente homenaje a Mario Vargas Llosa.

ADIÓS, VARGUITAS

Y un domingo triste, en Lima y sin aguacero, se (nos) fue Varguitas. Escritor, novelista, cuentista, ensayista, periodista, dramaturgo, intelectual, político, profesor, actor, Varguitas fue todo eso y bastante más. Protagonista de mil batallas, se equivocó como todos, pero, como muy pocos, dejó una huella imborrable, en particular, en sus fieles lectores. Varguitas se las arregló para extraerle tiempo al tiempo y por ello, si uno repasa toda su experiencia vital, parece haber vivido no una vez sino múltiples veces. Autor de un puñado de obras maestras, sin duda, la mayor de ellas fue su propia existencia: una verdadera vida de novela que, lamentablemente, acaba de terminar. Ahora empieza su leyenda. Descansa, Varguitas, y gracias por tanto. 


El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!

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