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Pequeñas f(r)icciones: “Un breve escape en la Diroes”
"Cuando Pedro Castillo despertó, todavía somnoliento, con movimientos en cámara lenta, pensó que era de madrugada. El chorro de luz...".
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Cuando Pedro Castillo despertó, todavía somnoliento, con movimientos en cámara lenta, pensó que era de madrugada. El chorro de luz de luna que se colaba por la ventana le permitió ver que, según su reloj, eran apenas las 10 de la noche. Se levantó ya más dueño de sí, dio unos pasos y, como si siguiera alguna orden remota, empujó la puerta metálica. Llegó al patio y notó, extrañado, que la reja exterior también estaba sin cerrojo. ¿Qué estaba pasando?
Entonces escuchó el primer grito coral, brutal de la noche. Y sintió que no venía de una sola dirección, sino simultáneamente de varias. “Es la revolución”, pensó, al tiempo que se le erizaba la piel. No podía ser casualidad que el guardia de turno le haya dejado ambas puertas abiertas. Sin duda, era parte del complot a su favor. Empezó a caminar con cautela en el interior del fundo Barbadillo. Mientras avanzaba, mil interrogantes invadieron su mente. ¿Quién estaría liderando la revolución? ¿Sería Vladimir? ¿Sería Aníbal? ¿Acaso podría ser Antauro? ¿Las hordas castillistas ya habrían rodeado Palacio de Gobierno? ¿Dina ya habría renunciado?
De pronto, advirtió que estaba dentro de un jardín. El césped bien cuidado cedía, aplastado, a cada paso que daba. Entonces, volvió a escuchar el estallido multiplicado de mil gritos, como un inmenso rugido de mar. Ya se estaba viendo a sí mismo sentado otra vez en el sillón presidencial, cuando una voz cansina lo sacó de sus cavilaciones.
-¿Quién anda ahí?
Castillo pestañeó varias veces antes de reconocer plenamente a la figura esmirriada, casi fantasmal, que lo interpelaba.
-Soy yo. Pedro Castillo- respondió.
-Señor Castillo, caramba, mucho gusto -dijo el hombre, acercándose y extendiéndole la mano-. Yo soy…
-Sí, yo sé quién es -dijo Castillo, correspondiéndole el saludo-. Usted es Alberto Fujimori.
-Así es. Y usted siempre me ha criticado tan duramente.
Castillo soltó una sonrisa nerviosa.
-Ya sabe, son cosas de la política. Además, yo he criticado al fujimorismo. No a usted.
-Pero el fujimorismo soy yo.
-Por eso le digo: no es nada personal.
-Si no me hubiera criticado tanto, le habría enseñado cómo cerrar el Congreso.
-¿Usted se refiere al autogolpe que di en diciembre?
-¿Autogolpe o autogol?
Castillo iba a responder, pero quedó mudo cuando un nuevo estrépito reventó. La conmoción pareció ser todavía más fuerte que las anteriores.
-Me va a disculpar, señor Fujimori, pero tengo que regresar a Palacio. Mi gente me está esperando.
-Perdone, pero, ¿ha estado tomando?
En las pupilas de Castillo apareció una luz condescendiente.
-No, señor Fujimori. Y, para que vea que no soy rencoroso, le voy a dar el indulto.
-Ya, pero, ¿a usted quién lo va a indultar?
-¿Qué no ve que voy a volver a ser presidente? Le pregunto. ¿Cómo cree que he podido llegar aquí? ¿Por qué cree que no hay ningún policía vigilándonos? Es la revolución. Mi gente ha tomado la ciudad, el país entero. Ahora mismo deben de estar sacando a la traidora de Dina.
Fujimori hizo un gesto de desconcierto. Dio unos pasos al lado y se sentó en la silla de mimbre que solía usar por las tardes.
-Señor Castillo, ¿quiere saber por qué los policías desaparecieron?
-¿Por qué?
-A ver, ¿usted hincha de qué equipo es?
-De la ‘U’.
-Y yo de Alianza.
-¿Y eso qué tiene que ver?
-¿No sabe que hoy juega la U contra un equipo brasileño y Alianza contra uno paraguayo? Por eso es que no ve a ningún policía.
Castillo puso instintivamente su mano sobre el estómago. Una molestia imprecisa, sorda, le sobrevino.
-Entonces -dijo, casi balbuceando-, los policías están…
-Todos están en la caseta de ingreso viendo los partidos. Lo mismo pasa cuando hay clásico o juega Perú.
-Pero, ¿y por qué encontré las puertas abiertas?
-Eso es típico. Dejan todo por el fútbol.
Castillo sintió un devaneo. Al fastidio estomacal le siguió el debilitamiento repentino de las piernas. Fujimori lo notó y le señaló la otra silla que estaba al lado. Castillo, a duras penas, logró sentarse. Entonces, al borde del colapso, a un pie del acantilado mental, el expresidente chotano preguntó por los gritos, por los estallidos de voces, por los estruendos que con tanta claridad había escuchado.
-Eso fue la gente celebrando los goles.
-¿Los goles?
-Sí, dos goles de Alianza y este último debe ser de la ‘U’ porque la bulla fue más fuerte, y la mayoría de los policías de aquí son cremas.
-No puede ser -dijo Castillo, muy despacio, como si estuviera hablándose a sí mismo.
-Sí, yo tampoco lo entiendo, pero son de la ‘U’.
-¿Entonces no hay revolución? ¿La gente en las calles no está reclamando mi libertad? ¿No voy a regresar a Palacio?
-Solo que sea Palacio de Justicia -dijo Fujimori.
Castillo pareció no haber escuchado nada. Permaneció inmóvil un buen rato, con la mirada derrotada sobre el césped. Mientras tanto, Fujimori sacó un celular de su bolsillo. Lo revisó por un momento y sonrió.
-Señor Castillo -dijo Fujimori-. Acaba de terminar el partido de Alianza, y en cualquier momento termina el de la ‘U’. Será mejor que se vaya. En un ratito más, los policías van a volver y usted no va a querer que lo encuentren aquí.
Con enorme desgano, Castillo se puso de pie. Lo hizo con extrema lentitud, casi a cuotas. Cuando se logró incorporar del todo, Fujimori le habló.
-Por cierto, acabo de ver que Toledo va a ser nuestro nuevo vecino. ¿Qué le parece?
Castillo no respondió. Se limitó a salir del jardín y volver a su lugar. Llegó más rápido de lo pensado. Atravesó el patio, abrió la puerta metálica y la cerró tras de sí. Sentado en el borde de la cama, volvió a escuchar a lo lejos el desaforo de una nueva celebración.
-Debe de ser gol de la ‘U’ -murmuró y, cuando trató de darse ánimos, de esbozar una sonrisa, un terrible pensamiento lo invadió-. ¿Y si el VAR lo anula?
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