En la antesala del despacho presidencial, sobre una pequeña mesa de madera, hay un manojo de revistas, tal como si se tratara de la sala de espera de un consultorio. Juan Carlos Portugal, abogado de la presidenta, ansioso, acaba de coger una de ellas y pasa sus hojas, casi sin mirarlas. Cuando termina, se inclina y levanta otra al azar. Mira sin interés la carátula y la vuelve a dejar sobre las otras.
—Doctor —dice la secretaria personal de Dina Boluarte—, ya puede pasar. La presidenta lo está esperando.
Portugal se lleva la mano al cuello. Parece que intentara deshacer el nudo en la garganta que se le formó desde temprano, desde que supo de la existencia de la furibunda carta del doctor Mario Cabani.
—Doctor —insiste la secretaria al ver que Portugal quedó como suspendido en el aire—, apúrese, por favor. La presidenta tiene que salir en media hora. Si no la ve en este momento, ya tendría que ser mañana.
“¿Mañana?”, piensa Portugal, “quizá no me vendría mal esperar y pensar mejor cómo le voy a explicar a la presidenta”. Sin embargo, el abogado mueve la cabeza a los lados y decide afrontar el problema de una vez. Ve la puerta del despacho y camina directo hacia él. Apenas cruza el umbral, se encontró con el rostro fresco y lozano de Dina
Boluarte.
—Juan Carlos —le lanza la mandataria, con evidente espíritu festivo—, dime, ¿qué puedo hacer por ti?
—La noto bastante alegre, señora presidenta.
—Claro que estoy alegre, ¿y por qué no? Poco a poco las cosas van tomando su lugar. Gracias a ti, por ejemplo, los problemas que tuve con Cabani ya son parte del pasado. Y muy pronto me va a salir el aumento de sueldo. Voy a ganar el doble de lo que gano ahora, ¿te imaginas?
Portugal asiente, tratando de llevarle el amén a la presidenta, pero es evidente que sus facciones denotan todo menos tranquilidad. Boluarte comprende que algo está pasando.
—¿Te pasa algo, Juan Carlos?
—Sí, señora presidenta.
—A ver, dime, ¿de qué se trata? Aquí estamos para ayudarnos. ¿Qué problema tienes?
—En realidad, es un problema nuestro.
—¿Nuestro? —preguntó Boluarte, con sequedad.
—Así es.
—¿Te refieres a lo de Cabani?
—Sí, señora presidenta.
La mirada de Boluarte se volvió hostil y una mueca de desagrado apareció en su rostro.
—¿Me equivoco o en este mismo lugar me dijiste, feliz de la vida, que el asunto de Cabani ya era cosa del pasado, que ya no me preocupe porque ya lo habías amedrentado?
Portugal bajó la cabeza. Parecía un niño asustado, a punto de entregar la libreta de notas a sus rigurosos padres.
—Pues sí.
—¿Y qué ha pasado ahora con Cabani?
—Ha mandado una carta donde dice que usted es una mentirosa, una embustera, una malagradecida y una difamadora. En resumen, ha mandado una carta donde dice la verdad.
Los ojos de Boluarte parecen achinarse, colocarse en posición horizontal.
—¿Y qué vamos a hacer ahora?
—Tengo una idea, señora presidenta. Pero necesito que usted me autorice a negociar con Cabani. Esta vez le haré una oferta que no podrá rechazar.
Días después, Portugal está sentado en una de las bancas de un gran parque. Su pierna derecha se mueve sin pausa. En tanto, la luz de la luna lo ilumina, mucho más de lo que hubiera querido. En un extremo, una pareja de perros salta y juguetea libremente. Entonces, de súbito, lo ve. Es él. Es el doctor Mario Cabani en persona.
—Doctor —dice Portugal.
—Doctor —dice Cabani.
El abogado se apartó un poco de la banca para que Cabani se sentara junto a él. Sin embargo, el médico prefirió seguir parado, guardar su distancia.
—No le voy a hacer nada, doctor. Vamos, siéntese.
Cabani se toma su tiempo y luego accede. La extraña pareja tiene la mirada hacia adelante. No se observan entre sí.
—Bueno, doctor —dice Cabani—. ¿Qué me quiere proponer?
—Algo muy sencillo —responde Portugal—. Usted retira la carta, apoya la versión de la presidenta y no vuelve a aparecer más en la prensa.
—¿Y por qué yo haría algo así?
—Porque así ganamos todos.
—No entiendo qué puedo ganar yo haciendo eso.
—Ahora lo va a entender.
El abogado extrae de su saco un sobre y se lo entrega al médico. Este lo recibe, lo palpa, lo sopesa.
—¿Y esto qué es? —pregunta Cabani.
—Eso, doctor, es lo que resta pagarle de la operación. Usted sabe, la arruga presidencial. Además, tómelo como un pequeño incentivo para que llevemos la fiesta en paz.
—¿Cuál fiesta?
—Es un decir, pues, doctor. Aquí la cosa es que nadie salga perjudicado.
El médico pone el sobre en la banca y se pone de pie. Todo en un solo movimiento.
—Yo no le voy a aceptar nada, doctor. La verdad es que pensé que usted era una persona seria.
—Yo también.
De pronto, Portugal se quiebra.
—Doctor, por favor. Lleguemos a un acuerdo. Terminemos con esto de una buena vez. Estoy desesperado. ¿Usted se imagina lo que es quedar mal con la presidenta? Dígame, ¿qué quiere?
—Quiero que la presidenta se rectifique, deje de mentir, deje de perjudicarme.
—Ya pues, doctor. Aquí el único que ha salido ganando es usted. La cara de la presidenta es su mejor publicidad y sale en todos lados. No me va a negar que ahora está más pedido que nunca.
Una leve sonrisa se dibuja en el rostro de Cabani.
—Eso no tiene nada que ver aquí. Yo tengo un prestigio profesional que defender.
—Yo también.
A la mañana siguiente, Portugal es recibido en el despacho presidencial. Boluarte lo saluda efusivamente y se sienta frente a él.
—¿Y Juan Carlos? —le pregunta—. ¿Qué noticias me tienes? Espero que sean buenas.
—Más o menos. Cabani se molestó y no quiso transar. Se le ha metido la absurda idea de que usted tiene que hablar con la verdad. Pero usted no se preocupe, señora presidenta, acabo de enviar un comunicado a la prensa donde aclaro que todo esto no tiene nada que ver con el tema legal.
Boluarte se pone de pie. Da unos pasos alrededor de la oficina y luego vuelve a su lugar original.
—¿Sabes, Juan Carlos? Estaba pensando que quizá hemos sido demasiado duros con el doctor.
—¿Usted cree?
—Sí. Además, anoche he visto algo que me ha hecho reflexionar.
—¿Qué?
—Un par de arruguitas que me acaban de salir.
—No entiendo.
—Es muy fácil de entender. Las mujeres no cambiamos de médico así nomás. Entonces, ¿qué dices, Juan Carlos? ¿Qué tan molesto estaba Cabani? ¿Tú crees que quiera operarme otra vez?