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Pequeñas F(r)icciones: Y se llama Perú...

*El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!

Imagen
bandera peru
(GEC)
Fecha Actualización

Invitado a un viaje familiar, con pasajes y alojamiento incluidos, me vi forzado a someterme durante una semana entera, con sus noches y sus días, y una que otra madrugada, a los tortuosos placeres del paraíso dominicano. Y como no alcanza una crónica, ni dos, para rememorar las vivencias que, por lo demás, ya descansan en las hamacas de la memoria, ni siquiera voy a intentar contarlas. Salvo, claro, una que me ocurrió la noche antes del triste retorno y que, aunque no lo parezca, viene muy a cuento -ojo con esta palabra- en esta coyuntura.

Según mi celular, faltaba todavía media hora para nuestra última cena, aquella donde, obedeciendo las normas del lugar, tuvimos que vestirnos de blanco. Así que caminé hacia el espacioso lobby del hotel y me senté en una de las pequeñas mesas que rodeaban el ambiente. Y, aunque me había autoimpuesto la promesa de no mirar las noticias de nuestra política, una suerte de instinto me empujó a hacerlo. No me equivoqué. La noticia daba cuenta de una verdad que si bien había sido asumida por la mayoría de peruanos, en estricto, seguía siendo solo una sospecha: en un audio el ministro del Interior afirma que Cerrón utilizó un vehículo presidencial para escapar de un operativo policial.

-¡Vaya, parece que ahora sí se fregó la Dina -dije no en voz alta, pero sí audible.

En seguida, un señor que pasaba a mi lado, se detuvo y giró hacia mí.

-¿Se refiere a la Dina Boluarte? -me preguntó. Era alto, flaco, con pantalón blanco y guayabera amarilla,

-Sí -le dije-. De ella estaba hablando.

-¿Usted es peruano entonces?

-Sí, peruano.

El hombre apenas se inclinó hacia mí y me hizo una especie de venia.

-¿Puedo sentarme?

Yo asentí y le indiqué la silla que estaba del otro lado de la mesita.

-Usted es dominicano, ¿no? -le pregunté.

-Porque así lo quiso Dios.  

-¿Y está hospedado aquí?

Una franca y abierta risotada salió del hombre.

-No, eso sí no quiso Dios. Yo estoy aquí por trabajo, sabe usted. Yo soy taxista. He venido a recoger a unas personas.

Me pasé la mano por la frente por la transpiración. Me acababa de dar un duchazo hacía pocos minutos, pero era una lucha desigual, una batalla perdida.

-¿Y cómo conoce a Dina Boluarte?-

-Yo tengo buena memoria, usted sabe. Y hace un par de meses vino una familia de peruanos. Yo que los llevo para todos lados y ellos me hablaron de su presidenta,  de Dina Boluarte. Y ahí se me metió el nombre ese.

Yo moví mi cabeza de arriba a abajo, un par de veces, como señal de asentimiento.

-¿Y qué fue lo que dijo de ella? -me preguntó.

-Ah, bueno, que se fregó.

-¿Fregó? ¿Y eso que viene a ser?

-Que le llegó la hora, ¿entiende? O sea, cuando queda evidencia que se equivocó.

-Usted quiere decir la macó.

-¿Que la macó?

-Eso. Que la macó, que la embarró.

-Sí, eso -le dije-. La embarró.

El taxista dio un par de golpes a la mesita y ensanchó su rostro al sonreír.

-Cuénteme qué ha pasado con la Boluarte.

Me quedé mudo por un instante.

-Si le cuento esto último no lo va a entender. Tendría que contarle desde el comienzo.

-Lo estoy escuchando.

-A ver, cómo empiezo. Nuestro presidente era Castillo. Ni él mismo sabe cómo llegó a ganar, pero esa es otra historia. La cosa es que Castillo era el presidente y su vicepresidente era Dina Boluarte.

-Si Dina es la presidente entonces algo le pasó a Castillo.

-Sí, dio un golpe de Estado.

-¿Un golpe? ¿Contra quién?

-Contra él mismo.

El hombre movió los hombros de un lado a otro, como si estuviera equilibrándose.

-¡Vaya! Eso sí no es nuevo. Seguro estaba juquiao.

-¿Juquiao?

-Eso es que estaba en otro mundo, en la luna, en cualquier lugar menos aquí.

-Bueno, algo así.

-¿Y lo trancaron a Castillo?

-¿Quiere decir que lo metieron preso? Sí, sigue preso todavía.

-Y ahí entra Dina.

-Exacto -le respondí-. Ahí entra Dina. Ahora tengo que hablarle de Cerrón. Vladimir Cerrón.

-¿Y ese quién es?

-Ese es el presidente del partido que tuvo como candidato a Castillo. Le explico. Cerrón fue condenado por corrupción por eso no pudo postular y puso a Castillo. Y ahí también entra Dina. No sé si lo estoy confundiendo, pero Dina fue algo así como la cajera de Cerrón. Y ahora Cerrón está prófugo por otro caso. ¿Me sigue?

-Mi ojera le sigue, pero mi cabeza no.

En ese momento sentí que un par de gotas de sudor me recorrían un lado de la cara. Alcé mi mano y las aplasté.

-Mire, sé que es un poco complicado, pero mejor le hablo de la noticia que acabo de ver. Cerrón, el que era socio de Castillo y de Dina, lleva prófugo varios meses y todos creen que en realidad Dina no quiere que lo atrapen porque podría decir cosas que la perjudiquen. ¿Me sigue?

-Le sigo.

-Y bueno, la noticia que acabo de leer es que hay un audio donde el ministro del Interior, el encargado de la Policía Nacional, prácticamente admite que la presidente está ayudando a Cerrón para que no lo encuentren.

El taxista se quedó pensando unos segundos. Luego, pareció mirar de reojo su guayabera amarilla y, finalmente, se pasó la mano por el mentón.

-Como usted dice, está embarrada la Dina. Seguro que la van a trancar también.

-No, no creo.

-¿Y por qué no?

-Porque para eso primero tiene que salir de la presidencia y ella no va a renunciar.  La otra posibilidad es que el Congreso declare su vacancia y no la a declarar.

-¿Y por qué no?

Di un suspiro profundo y lancé mi mirada de derrota.

-Para eso tendría que explicarle los últimos años de la historia política de mi país, por lo menos los últimos ocho, desde el 2016. ¿Sabe que desde ese año hemos tenido seis presidentes?

El hombre me mostró las manos en señal de clemencia.

-¿Seis presidentes?

–Seis presidentes. Para que se haga una idea.

-Y yo pensando que aquí estábamos medio complicados.

-No creo que tanto como nosotros.

-¿Y con todo eso va a volverse para allá?

Me sonreí, asentí con la cabeza y alcé mis hombros.

-Pues sí. Es más. Mañana mismo regresamos.    

El taxista se puso de pie. Me dio la  mano y me dijo que ya debía encontrarse con sus clientes. Sin embargo, antes de irse, antes de perderse en el bochorno de la noche, me lanzó: “Buen viaje y mucha suerte para su país”. Entonces, no sé qué absurdo arrebato de chauvinismo me dio, pero su despedida me incomodó. Y es que creí captar una pizca de socarronería, una suerte de burla escondida en algún lugar de esas líneas. ¿Por qué el Perú va a necesitar necesita de suerte? ¿Por qué vamos a requerir de algún tipo de fortuna esotérica? ¿Acaso somos una república de plastilina, una democracia con dengue? Mmm, la razón a veces viste de amarillo.
 

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