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[Opinión] César Luna Victoria: “Demoler, destruir, carcomer, la estación del tren”
“La propuesta de una nueva Constitución fue una distracción. No les interesaba ni mejorarla ni modificarla. Se propusieron algo más sencillo, dinamitarla”.
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Las termitas y las carcomas comen madera. Aunque no es la madera misma, porque no se digiere, sino su celulosa, que la transforman en energía para vivir. Las termitas son insectos que, vistos desde arriba, se parecen a las hormigas, tienen cabeza definida, antenas y seis patas. Para apreciar las diferencias, habría que ver Hormiguitaz de Dream Works, la epopeya de una hormiga obrera Z (voz de Woddy Allen) que se hace pasar por hormiga soldado para impresionar a una princesa inalcanzable. Z termina yendo a la guerra contra las termitas y se convierte en héroe, inexplicable por ser más bien neurótico y cobardón, versión en dibujos de La última noche de Boris Grushenko, una de las tantas buenas películas de Allen. Las carcomas, en cambio, no son aún insectos, son las larvas de las mariquitas o escarabajos. Para su metamorfosis, carcomen la madera con paciencia, cabando túneles diminutos hasta que, en algún momento, colapsa todo el mueble. Por eso, el verbo ‘carcomer’ también significa ese deterioro lento e imperceptible, preludio de una destrucción total.
Entonces, toca cambio de verbo, de joder a carcomer: ¿en qué momento se empezó a carcomer el Perú, Zavalita? Porque hay aserrín por todos lados, prueba de que insectos y larvas han venido carcomiendo nuestras estructuras. Veamos. De los fundamentos constitucionales, el que me parece crucial es el de los contrapesos entre los poderes, porque es una manera civilizada para resolver conflictos. El diseño constitucional propuso que el Congreso legislara, el Ejecutivo administrara y el Judicial juzgara. Se apostó a que la fuerza de estos poderes anduviera en equilibrio, para que ninguno domine, para evitar arbitrariedades. Como complemento puso al Ministerio Público, para denunciar e investigar crímenes; a la Defensoría del Pueblo para la defensa de los derechos civiles y constitucionales; y al Tribunal Constitucional para que la Constitución prevalezca sobre todo interés particular.
No obstante, los poderes se han agarrado en una broncaza callejera. El Ejecutivo no se preocupa de presentar un buen presupuesto para 2023, sino en defenderse de las investigaciones fiscales y de las órdenes judiciales de allanamiento y prisiones preventivas. El Congreso no se preocupa por fiscalizar tanto despróposito del Ejecutivo, sino por defender la suerte de sus propios actos, como la contrarreforma universitaria (Sunedu) y la elección del defensor del Pueblo en un proceso tan poco transparente que, por lo mismo, haciendo cuestión de Estado, Martín Vizcarra cerró el Congreso. El Poder Judicial y el Ministerio Público tienen menos prensa, pero también padecen de lo mismo. Por eso, aunque todos estén haciendo formalmente lo que les manda la Constitución, la incumplen en el fondo, al perder legitimidad por tanto desprecio a un mínimo de razonabilidad y tanta jactancia de velar por intereses privados. Sin legitimidad, no tienen autoridad para ejercer poder ni para controlar el del otro.
La propuesta radical de una nueva Constitución fue una distracción. Creo que no les interesaba ni mejorarla ni modificarla. Creo que se propusieron algo más sencillo, dinamitarla. Como todo buen informal que no quiere leyes, ni respeta las que haya, tampoco querían que hubiese Constitución. Lo están logrando, la que tenemos, en la parte política, cada vez funciona menos. No morirá por fallas de diseño, sino por falta de legitimidad, por carencia de tolerancia. Más que a puertas de una nueva Constitución, estamos en la víspera de la muerte de una. Quizá debamos empezar de nuevo. Pero, incluso para empezar, se requiere tener un proyecto. ¿Cuál es?
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